Vaya por delante que no soy muy amigo de premios, rankings, listas
o mejunjes variados. Sin lugar a dudas, los considero más como herramientas de
marketing y de estrategias de comunicación que el reflejo de una realidad del
cocinero de trinchera, de unos gustos populares o del que se deja la piel en
sus fogones para seguir adelante cada día. Tampoco digo que los que aparecen en
ellas no sean grandísimos profesionales, currantes y referentes. Pero, ni son
todos los que están, ni están todos los que son. Y, por supuesto, ni siquiera
la cuasi centenaria Guía Michelin o los recientes The World's 50 Best Restaurants se libran de semerendas
patinadas y conflictos.
Partiendo de esta premisa, ahí va el relato de mi
experiencia y de mi opinión, absolutamente personal y subjetiva, del evento que
se celebró en Bogotá el pasado 29 de abril de 2014 en el Teatro Cafam de BellasArtes. Estoy hablando de la 9ª edición de los Premios La Barra.
En primer lugar agradecer a la organización por la
invitación recibida. No vayan a errar ustedes, queridos lectores, pensando que
un servidor es una celebridad. Simplemente la organización tiene la gentileza
de “sortear” invitaciones dobles a quien hubiera participado en las votaciones
online.
Felicitar a la revista La Barra por el tremendo esfuerzo que
requiere organizar un sarao como este y por novena vez, con una asistencia de
más de un millar de personas. Y, como no, bravo por mantener la calidad y
especialización de contenidos en esta cabecera que cumple ya 12 años. Lograr posicionarse
como un referente en el sector es fruto de arduo y constante trabajo. Lograr
posicionarse como juez y parte de los mejores profesionales de la restauración
y hostelería de Colombia es, definitivamente, una gran responsabilidad con sus
correspondientes riesgos.
Para los ignorantes en materia de bodas, celebraciones,
eventos, saraos y rumbas variadas colombianas, señalar que el condumio, la
compañía o el artista invitado no es lo más importante. Lo más importante es el
trago, mucho trago. Así que como no podía ser de otra, la velada se distribuyó
de la siguiente manera: dos horas (2) de barra libre de mojitos y una hora (1) de
ceremonia. He de confesar que me agradó en demasía la costumbre y no negaré que
los mojitos estaban bien ricos. También debo reconocer que las azafatas, amén
de simpáticas y voluptuosas, se lo trabajaron de lo lindo y que con la
organización “que el mojito vaya al
cliente y no el cliente al mojito” evitaron colapsos en la barra de RonMedellín. Colapsos y fricciones humanas aseguradas en cualquier lugar donde el
consumo, sobre todo el trago, sea gratis.
Hasta aquí lo que me gustó. A partir de ahora mis humildes
opiniones de lo que no.
Me disgusta la técnica del overbooking. El teatro, con una
capacidad de un millar de plazas, estaba a rebosar. El propio presentador de la
gala tuvo que llamar la atención para que los invitados que estaban de pie en
los pasillos despejaran el teatro. Muy amable y bogotanamente se les invitó a
abandonar el teatro principal y seguir la gala acomodándose frente a una
pantalla gigante habilitada para tal menester.
Encuentro extraño que un evento del siglo XXI con la
importancia que tiene la comunicación en las redes sociales, no habilite wi-fi gratuita en una celebración de esta envergadura. Porque si una cosa había entre
el público eran celulares, eso sí mucho “smart” y poco “ruido”. Pero estoy
seguro que el equipo humano de Axioma dedicado a las redes sociales sabrán
corregirme en cuanto a repercusión, impacto, hashtags, trinos, retrinos y
cacareos.
Puedo entender que, por motivos de tiempo y organización,
una entrega de 115 ganadores de 39 categorías puede ser compleja y más larga
que un día sin pan. Pero considero injusto que los nominados de cada categoría
no se citen y simplemente aparezcan en una pantalla la cual no se puede leer
desde la fila F del palco. Pero lo que no acabo de entender es que determinados
premios no los recoja nadie. ¿Acaso el meritorio trabajo de convocar a más de
mil personas no fue suficiente como para convocar a los más importantes, nominados
y premiados? ¿Acaso dichos nominados no le dan suficiente importancia a los
considerados principales premios del gremio de la restauración y la hostelería?
Seguro que las repuestas son más simples que mis retorcidas preguntas. O no.
Quizás me equivoque, pero mi percepción fue que reinó un
poco de descoordinación, o descontrol, o fallos ajenos a la voluntad del
organizador, en determinados momentos de la gala. En la entrega de cheques, por
ejemplo. En los rótulos de pantalla con los patrocinadores, por ejemplo. En los
sorteos en vivo, por ejemplo. Pero ya saben, queridos lectores, que un servidor
es un poco maniático, pejiguera y quisquilloso.
¿Fue una entrega de premios? ¿O un desfile de señoritas
estupendas (aquellas del mojito) entregando platos y bolsas rojas de tres en
tres? Lo siento pero no, y me apropio de las palabras de Jacques (del que luego
hablaré) “esto es un espectáculo, es una bendición, somos los mejores de
Colombia”. ¿Alguien lo grabó? Busquen, busquen. No pude conocer ni las caras ni las voces de de los ganadores, sólo las de los patrocinadores.
Es obvio, que sin patrocinadores no habría espectáculo. Pero más obvio es que sin los cocineros
y sus proveedores no habría premios, ni revista. Y esa balanza quedó totalmente
desequilibrada a favor de los primeros. Un servidor, cocinero y ex publicista,
no quiere oír milongas de patrocinadores; quiero oír a los protagonistas, a los
cocineros. Incluso quiero oír a los editores de la revista La Barra. Quiero oír hablar de gastronomía, como lo hizo Guillermo González,
Premio “toda una vida de trabajo”. Quiero oír lo que tienen para contar la
gente de Les Amis, el Sr. Ostia, la Xarcutería, Rafael, mini-mal, Pajares, el
Bandido, el Ciervo, el Oso, Carmen, los Platillos Voladores y Pepina, entre
otros.
Pero sobre todo, esperaba oír a Alejandra Naranjo, a John
Jairo Hernández, a Alejandro Cuellar y a Carlos Yanguas. Una pena y una tristeza
enorme ver cómo se empezaba a vaciar el teatro cuando Carlos Yanguas “Mejor
Chef de Colombia”, ¿han leído ustedes bien?: MEJOR CHEF DE COLOMBIA; ni siquiera
había bajado todavía del escenario.
Gracias a sus cielos y a su carácter francés, logré
emocionarme en un solo instante de la insulsa gala. Cuando el pastelero Jacques recogió
el segundo premio como “Mejor Pastelería”. Sorprendió a todos agradeciendo a
capela el premio. Rápido e inteligente estuvo el presentador al acercarle un
micrófono, con el que prosiguió su inesperado e improvisado speech que, a mi
parecer, salvó unas centenares de moribundas neuronas y conectó las energías de
los verdaderos cocineros frente una anodina ceremonia. La ovación fue la más sonada de la noche.
La gastronomía colombiana somos todos y la importancia del trabajo de la revista La Barra y Axioma es máxima. Ojalá la
ceremonia del año que viene, en el que se cumplirá el número mágico de 10, los
Premios La Barra sean verdaderamente un referente, un espectáculo y una
bendición. Que los cocineros colombianos nos sintamos verdaderamente identificados.
No se puede ser más constructivo, pienso. Subrayado lo bueno, toca analizar lo nuclear que no estuvo a la altura y el final convidando a un año que viene mejor lo deja bien claro: no se puede ser más constructivo :)
ResponderEliminarCondenado starbase, usted siempre sacando el lado bueno de, como diría Bosé, un canalla como yo...
ResponderEliminarPD: ¿has leído la opinión de Salvador Garcia-Arbós sobre esforzar de forquilla VS. brunch? Revista Cuina nº 157, la de la portada del pan. Yo hoy en la buseta, casi lloro de emoción y añoranzas dominicales!!!
Si se saca un lado bueno es porque está ahí, no fotem que no me invento nada. Voy a verlo, pero sepa ud que hoy he tenido sesión d'esmorzar de forquilla en molt petit comité. Felisitat.
EliminarApreciadas afirmaciones y encantador final: "que los cocineros colombianos NOS sintamos verdaderamente identificados".
ResponderEliminarYa sabes Ana María, uno debe sentirse de donde cocina, sin olvidar sus raíces. Así que, sudacatalán a tope!!! ;-) Vivan los fogones colombianos!
EliminarPublicado en la página de Facebook de Choco, sabores que te embrujan:
Eliminar¿¿YANGUAS??
Mientras mi paladar saqueaba la despensa Ecuador, desde Quito hasta el Oriente, en Bogotá se consumaba el último acto de los premios de la Barra. La investidura de Carlos Yanguas como el mejor chef de Colombia del 2014 es el digno epilogo de un premio que nació mal y terminó peor. ¿Alguna vez has visto asignar un Balón de oro a un jugador sin equipo hace años? ¿O un Oscar a un actor que no graba una película desde mucho tiempo? ¿Cómo se puede evaluar ‘mejor chef del año’, un chef ‘una tantum’, bueno solo para algunos eventos, un chef sin restaurante, sin su escuadrón de cocineros, sin comensales de deleitar, sin su cocina rimbombante de gritas y de ollas y sartenes danzantes como en un ballet chino? En Italia, en Francia, en Japón, o en cualquier otro país, un chef sin restaurante no fuera sido premiado. Cuando Ferrán cerró ‘El Bulli’ cedió su corona a Redezpi y su nombre no fue incluido en la lista de los mejores chefs del mundo. Pero acá en Colombia sucede. Y esto explica muchas cosas. Por ejemplo, porque en este país la gastronomía nunca decola. Ahora que el Barnum se llevó sus carpas, la esperanza es que todos se sienten en la mesa, se ponga un piedrazo sobre esta hoguera de vanidades y todos juntos cooperen de verdad por el bien de nuestra gastronomía. En caso contrario, seremos domésticos también de los paraguayos.