Querido amigo Xesco,
El glotón siempre
vuelve a la escena del crimen. Una duda me asalta: ¿será por el olor, por el sabor, por el ruido de
sus tripas? ¿Será por rememorar el trabajo bien hecho?
“El gourmet devora dos
veces al mismo tiempo, lo que come y lo que ha comido. La cocina es una metáfora
ejemplar de la hipocresía de la cultura. El llamado arte culinario se basa en
un asesinato previo, con toda clase de alevosías.”
Un servidor volvió a sentarse, después de un lustro, en una
de las 80 sillas del restorán homónimo. ¿Uno de mis crímenes? Haber dudado, en
aquel lejano 2008, de la calidad restauradora de las mesas de Bogotá. Por aquel
entonces, un local que tuviera “solo” capacidad para 80 comensales era todo un
hallazgo.
Hace unas semanas volví a deambular por el dominical mercadillo de las pulgas del barrio de Usaquén. No logré encontrar aquel anticuario en el que, tras la
criminal pitanza, adquirí un par de bellísimas piezas que usted recordará haber
visto en las estanterías de mi ex biblioteca barcelonesa. Lo que no tuve problema
en hallar fue el susodicho local restaurador de mis glotones anhelos.
Las grandes expectativas, muchas provocadas por los medios y
los prescriptores con ánimo de lucro, llevan a grandes decepciones. Mi única
esperanza era rubricar que los fogones y los platos de 80 sillas seguían en muy
buena forma. ¡Y vaya si lo estaban! Un servidor volverá a dicho escenario a
cometer nuevos actos criminales y golosos armado de tenedor y cuchillo. Se lo
aseguro a usted.
“El gourmet jamás
olvida el nombre del muerto. Es más, mientras se lo come hace expresa mención
de él, y recuerda otros asesinatos y devoraciones anteriores, porque el placer
de comer suele ir acompañado del de la memoria de pasados festines.”
Carta sencilla, sin pretensiones. Clara y directa. Fácil de
leer. Vamos, lo contrario a lo que suele ser habitual en la capital. Salvo
pequeñas y gloriosas excepciones, por supuesto. Ceviches, tiraditos, tartares,
filetes de pescados de 180 gr o de 250 gr, sabrosos acompañamientos e
imperdibles postres.
Así que, un servidor recordará gozosamente el ceviche
criollo de camarones, el tiradito de tilapia con mango biche, el tartar de atún
y el pescado crujiente sobre un celestial ceviche de uvas.
“Si ese mal salvaje
que es el hombre civilizado arrebatara la vida de un animal o de una planta y
comiera los cadáveres crudos, sería señalado con el dedo como un monstruo capaz
de bestialidades estremecedoras. Pero si ese mal salvaje trocea el cadáver, lo
marina, o adereza, lo guisa y se lo come, su crimen se convierte en cultura y
merece memoria, libros, disquisiciones, teoría, casi una ciencia de la conducta
alimentaria.”
El delito continuó con otros platos, pero uno de ellos ha
entrado directamente a la memoria del paladar de este impenitente glotón que le
escribe a usted sin arrepentimiento ninguno. Fish in the bag, que no es otra cosa que un pescado cocinado a la papillote. Técnica aparentemente
sencilla, que alguno podría considerar como comida viejuna, pero que denota un
fino control sobre las cocciones de sus elementos. No puedo mas que alabar la
perfecta ejecución tanto de la cocina como del personal de sala que abrió tan
mágica bolsa de aromas. Mis eternas
felicitaciones también al maitre Jorge Martín y su equipo de sala que le
descubrieron a mi analfabeta cultura ictiófaga un excelentísimo producto: la
palma.
Y como “no hay vida
sin crueldad, ni historia sin dolor”, el delito del manducar concluyó con
premeditación, alevosía y haciendo caso omiso a doña Simvastatina: un pudin
estilo inglés de dátiles servido con salsa de caramelo caliente y helado de
vainilla, y un bizcochuelo de pistacho bañado en ron jamaiquino y mousse de
chocolate semiamargo. Si bien las presentaciones de lo dulce no estaban a la altura de lo salado, los sabores eran notables.
Ya lo ve, estimado amigo, el crimen perfecto no existe
pero uno puede aproximarse. La cuestión es hacer todo lo contrario que la tribu
caníbal de los yanomamis, que procuran olvidar el nombre del muerto mientras se
lo meriendan; “y así borrar todo rastro
de su ser y toda memoria de su persona, para que el olvidado pueda traspasar la
Puerta del Trueno, es decir, el Paraíso”.
Si uno viaja a Bogotá debe cometer el crimen de visitar 80
sillas. Y volver a delinquir si lo cree necesario. Pasen los años que pasen. Y además, tener el descaro de contarlo.
A más ver. Pantxeta.
Las citas en cursiva son, como usted ya adivinará, de Manuel Vázquez Montalbán "Contra los gourmets" y de María del Carmen Soler "Gracia y justicia en los manjares".
Volver, eso es lo que hace cualquier hijo de vecino bien instruido y que ha gozado y disfrutado.
ResponderEliminarEl dietista de usted debe esta llenándose los bolsillos con sus cuartos, lo digo por tanto volver y repetir, por tanto volver a ponerme los dientes largos.
Brindo a su salud! No descanse señor mío
80 sillas, La Mar, Rafael, Central Cevichería y Astrid y Gastón. Los mejores sitios para comer ceviches y tiraditos en Bogotá!!!
ResponderEliminarGracias, buen artículo!