Querido amigo,
Decía El Quijote: "los duelos con pan son menos". Hoy me atrevo a encasquetarle a usted lo siguiente: "las distancias con churros y con teatro son menos". No me interprete usted teatro con algunas fingidas y/o malas artes del condumio, sino todo lo contrario.
Y es que hace unos días me topé con los churros de La Castreña, en la Carrera 7ª con calle 19, barrio de Chapinero. La culpa de todo la tiene Marta, excelente actriz de la compañía T de Teatre y mejor vecina, desde hace años, del ático barcelonés de un servidor.
Fui invitado a la representación de Delicadas en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, dentro de la tournée que les ha llevado a diferentes ciudades en Ecuador y Colombia. Para hacer tiempo hasta la levantada del telón y para apaciguar los rugidos de mis tripas, entramos en la susodicha cafetería atraídos por un cartel que luce semerendo escudo español y, por supuesto, por la promesa de unos churros de "receta española" con 61 años de experiencia.
No le diré a usted que estos churros bogotanos sean iguales a los castizos de la Chocolatería San Ginés. Pero estaban bien ricos y recién hechos, con la añadida gozada de ver en vivo y en directo la máquina hacedora de dichos churros, que tiene un tamaño de bazuca militar y la sencillez de uso de un mondadientes.
El local está anclado en el tiempo desde su inauguración allá en el año 52 del siglo pasado por un tal señor Castro, del que ya nadie logra recordar su nombre. Su local se volvió famoso entre los bogotanos "por los churros de pastelería, es decir, por esos aros de harina de trigo fritos y espolvoreados con azúcar que se remojan en chocolate caliente, al mejor estilo español. [...] El negocio ha cambiado de administrador en un par de ocasiones pero la receta secreta de los churros aún es un misterio...". Esto nos lo cuenta Paola Flórez en un artículo publicado en el 60 aniversario de La Castreña.
Leo también con cierta fascinación entre las letras de dicho artículo que "lo característico de La Castreña, además de su comida, estética y mobiliario, es la tradición familiar: existen clientes que llegaron como novios, volvieron como casados y trajeron a sus hijos, logrando así mantener la costumbre."
Palabras que trasladan mi mente a los paseos de infancia con mi abuela materna y con mi hermana por las callejuelas de Ciutat Vella y del Barri Gòtic, para acabar en el carrer Petritxol devorando un chocolate suizo y un platillo de churros calientes.
Sin duda, los churros de La Castreña deberían ser un must, para cualquier tragaldabas local o foráneo que se precie. Es más, lo ideal es comerse un platillo de churros en el local y llevarse un par de bolsitas para desayunar en casa al día siguiente.
Así que ya ve usted, querido Xesco, que las distancias y la añoranza me las meriendo espolvoreadas de azúcar y llorando de risa con esa fenomenal obra teatral que es Delicadas. Lo que no le explicaré, señor mío, son los pormenores de la rumba que me pegué luego con el elenco de la compañía. Gritábamos aaasssuuuuucarrrrr, pero no comíamos churros...
A Dios pongo por testigo que ni una sola idea sucia había pasado por mi cabeza hasta que he llegado a la frase final. Porfavort. :D
ResponderEliminarMuy abstemio amigo mío, supongo que cuando habla de Dios se refiere a su CokeZero... A mi que me registren....
ResponderEliminarPues para mí que lo que que el fundador fuese un tal señor Castro que nadie recuerda suena a leyenda urbana: con ese nombre, lo lógico es que el fundador fuese de Castro (Urdiales), pues castreños son los habitantes de ese bonito lugar de las tierras cántabras del señor perogrullo (ooops, quese decir Revilla).
ResponderEliminarY lo de llevarse una bolsa de churros para desayunar al día siguiente me ha hecho asomar una lagrimilla: muy nostálgico debe estar usté para calzarse churros revenidos.....
Pues no se si sería de tierras cántabras, pero el tal Castro se aburrió en 3 meses y le vendió el negocio churrero a "su compadre Vicente Álvarez, según cuenta Armando Agredo, administrador del restaurante desde 2007". No me pareció relevante, señoría. JEJEJE
ResponderEliminarComo echaba de menos sus finas gastroapreciaciones...!!!! ando nostálgico a tope! porque fíjese que propongo llevarme dos! a falta de una ración revenida JUAS! Y para qué contarle a usted de mis gastronostalgias y gastropenas si cuento con esos dos canallas que usted sabe, los cuales bombardean mi güasáp a diario con fotos para lamer la pantalla del celular....
Aperta sudacatalana!
Eso te pasa por usar herramientas demoníacas. No juasap, no fotillos. No tuíster, no gilipolleces. No feisbús.... No vea usté lo tranquilo que se vive.
ResponderEliminarAbraçada dende o cabo do mundo.
Estoy casi seguro que sin guasap, tuister i feisbus se viven más años
EliminarPor cierto, que hay una forma muy fina de putear al respetable: consiste en darse de alta en el guasap, esperar unos segundos para que las listas de contactos recojan que eres un tipo como diosmanda contectado con la red y eso, e inmediatamente después eliminar la instalación. Me temo que ya se pueden aburrir y aburrir a mandar guasapes, que el trasto no reconoce que te has borrado. Y luego les llaman smart.
ResponderEliminarPero eso es muy antiguo, se llama poner difícil apostatar para no perder clientes. Y de hecho es algo muy smart :P
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