Estas son algunas de las tendencias que no triunfan en la samfaina del
requesón que tengo por cerebro. Cosas más o menos substanciosas que aparecen en
los platos de muchos restaurantes.
Las blondas de papel. Estoy obsesionado con ellas. Llevan entre nosotros
una eternidad, están aquí desde mucho antes de que yo siquiera imaginase que un
día cocinaría. Desde siempre les tengo una extraña ojeriza. En el 92 nació la
primera asociación reivindicando su ordinariez, se llamó SOSBlondáS. Estaba
formada por el profesor Iñaki López Goñi y sus discípulos, D. Pep Ballester, D.
Kiko Casals y D. Didac López Amat, todos cocineros. De todos modos habrá que
guardarlas por si la tendencia retro las vuelve de actualidad.
Las sales de colores y procedencias exóticas. Me gusta la textura de
algunos cristales de sal, qué duda cabe, sin embargo, me molesta sobremanera
que se coloquen sales o cristalitos de sales sobre alimentos que ya están
suficientemente condimentados. ¿Es una función puramente estética o realmente
necesitaba esa chispita de sal? Los colores por si solos no son un buen
argumento en la composición de los platos, si no hay sabor no importa si es
bonito o no. Y el componente sápido de muchas de estas sales modernillas es
ridículamente escaso. Cloruro sódico es eso: sal, la pintes del color que la
pintes. Por otro lado, os recuerdo que hacer sal aromatizada o de colores es de
lo más sencillo que hay.
Ya hace mucho que la rúcula de cultivo, la que se vende a granel o en
bolsas en centros comerciales, ha invadido las cocinas de este país. No hace
tanto que únicamente consumo rúcula cultivada en casa aunque sí hace ya
bastante. Son muchísimos los restaurantes de postín que acaban o complementan
sus preparaciones con una sublime y al tiempo escasa hoja de rúcula. Unas veces
tan defensores de la autenticidad del producto y otras tan descuidados. En este
caso en concreto, es tanta la diferencia entre la rúcula del huerto y la
finolis o domesticada que nos ponen en los platos que cada vez que me como una
de esas hojitas siento como se me desploma la bilirrubina.
Otros detalles que me enervan son los brotes, los germinados o los bonsáis
de hierbitas que rematan con frecuencia los platos más molones. Ojo, no siempre
ni todos los cocineros usamos estos alimentos al tuntún. Son muchos los
cocineros que tienen un argumento razonado y estos ingredientes entran a formar
parte armónica con el resto de los integrantes del bocado. Que no hablo de eso,
hablo de la falta de argumentos a la hora de confeccionar un plato.
Las presentaciones simétricas y las que en general guardan un cierto orden
no me cuadran. La comida dispuesta en el plato con rigidez o de manera forzada
me causa repelús. El síndrome del reloj, algo en el centro y el resto a su
alrededor es de educación infantil y muy egocéntrico. Prefiero las cosas sin
orden preestablecido, creo en la armonía de un falso desorden, tal y como salen
del corazón caerán con presteza y elegancia. Después estará rico y nadie recordará
como de bonito era, bellísimo se diría. Cuando la imagen es tan importante hay
que saber crearla, no fotocopiarla.
Los cordones de reducciones alcohólicas, de jarabes acéticos, de jugos de
bote y geles no creo que sean un buen hilo conductor del sabor en el plato,
ahora no, por lo menos. Ahora han pasado a ser un elemento con frecuencia
estético, mal hecho o comprado de mala
calidad y casado con peor gusto. Nótese que no hablo de las salsas, esas que el
cocinero ejecuta a conciencia, utiliza y complementa como mejor le parece. De
la más sencilla vinagreta al jugo mejor licuado. Un cocinero es un hacedor de
exquisitas pócimas, a años luz de las reducciones aludidas. -Que sí, que le
pongas un cordón de salsa alrededor, ah! Y unos puntitos de esta de otro color
para que quede bonito-.
Al hilo de la infamia anterior estarían los churretones de salsas mal
tiradas y los brochetazos de irreconocibles o insufiencientes aditamentos, las
lágrimas de cocodrilo y las perlas de alioli. Un puñado de gastrobares de nuevo
cuño parecen basar su oferta en salsas biberoneables y emplatados con pinzas de
disección en laboratorio, créanlo.
Le veo a usted fuerte de abdominales, en forma... :D
ResponderEliminarConcuerdo con casi todo, aunque a mi los emplatados con un elemento central no me desagradan, claro que yo en estos asuntos soy algo peterpanesco :P
No son los emplatados con un elemento central en general, que pueden tener un buen motivo estético o funcional, son algunas disposiciones que me parecen muy forzadas y donde la opción "reloj" es la más simple.
EliminarPor cierto, mis abdominales son de tableta de chocolate, fundido, pero chocolate al fin y al cabo.
Gracias
Reflexiones:))
ResponderEliminarEstiu..
Bona vesprada! Xesco
son més aviat irreflexions Fina
EliminarGracies mil