Mil palabras impregnadas de fragancias de Ángel.
Vuelvo a casa y espero verle aparecer detrás de cualquier puerta, entrando
desde la terraza o saliendo de la cocina con un paño en la mano, secándose. Al
ir a por cerezas me parece oírle regañándome por romper una rama o llenar
demasiado un pozal. Siento su olor y serenidad. La mariposa que revolotea a
nuestro alrededor simboliza su presencia y me planta ante su ausencia, mi
pérdida. Puedo olerlo. Me dejó tantos aromas como conocimientos, me dejó
aprender y se dejó querer. Sin palabras, mejor así, una mirada suya siempre fue
suficiente. Son los aromas mejor conservados pero aún así saben a poco, se
sienten en la lejanía y al mismo tiempo se tienen tan presentes que uno diría
que forman parte del código genético adjunto. Permanecen ocultos en algún
rincón de nuestro cerebro hasta que un día y sin motivo aparente regresan. Los
descubres tras el zaguán, al llegar del trabajo, en una comida campestre, al
despertar, al llegar el otoño, en un día de playa o al caer el sol. Es la
herencia de los olores, perfumes que marcan el pasado y despiertan en el
presente. Los aromas de papá.
Sus gestos me delatan, las manías, las costumbres, la educación, es la
impronta de un padre.
Refugiado en mi niñez quedó el aroma a masaje post afeitado, una loción
dulzona que mi padre salpicaba haciendo palmear las manos en su curtido rostro.
Ese niño que quería ser mayor recogía los aromas a limpio, aseado, curioso y
presumido, a galante caballero. Recuerdo el olor de las galletas mojadas en
leche, siempre de pie frente la encimera de la cocina, cogiendo fuerzas para
salir a trabajar. Alto y apuesto miraba por la ventana el patio de vecinos como
si del infinito se tratase, de nuevo en silencio. Al taller también fui de
chico. En Electrosánitas olía a metálico, como huelen los talleres y almacenes
de suministros eléctricos y sanitarios. Los dedos se ensuciaban de férreo polvo
de tornillos y herramientas, virutas de cobre, papel de envolver y cartonajes
baratos. Resonaban las Olivetti, olía a tabaco y a papel carbón. El viejo Seat
127 dejó envolventes olores a domingos en Cabrera de mar, a lapas, a playa y a
dominguero cubierto de salitre. Ir al pueblo podía obligarte a hacer noche por
el camino, nacional dos, tomillo al maletero, motel de carretera, otro olor
inconfundible, penetrante, me mareo. Biodramina y otros olores perdurables.
Muy pronto bajamos a la bodega y descubrimos un nuevo mundo, para platicar alrededor de una bota
de vino, a pasar el rato los dos, aunque fuese en silencio y trabajando. Qué
maravilloso es poder compartir el silencio. Esa cueva arcillosa y húmeda
atesoraba botellas con nombre propio, añadas románticas marcadas con la solera
del paso del tiempo. Esa soledad del vino de guarda me cautivó. Los olores del
vino resbalando por mis manos al embotellar mientras padre las llenaba con un meticuloso
orden, el sonoro caer del vino que emana de la bota directo al gaznate donde
estalla en mil aromas, el descorche del tonelico de vino rancio, olores a
bodega que ya corren por mis venas. Herencia.
Como me recorren de arriba abajo los olores de mesa.
A comer primero el arroz y luego el caldo, así comía la sopa de arroz y así
me la como yo. A comer los huevos fritos con pan y dedos, a quitarle las
espinas al lenguado, a no sorber la sopa, a hacerle el nudo a la servilleta y
el repugnante olor del queso, capaz de hacerle levantar de una buena mesa. Al
placer del mar escondido en los mejillones al vapor, las croquetas de la yaya
viajadas en tren, las uvas pasas del granero, el lomo de orza, a santiguar el
pan, siempre me lo enseñó todo y me dio más de lo que jamás pude absorber.
Cuando seas padre comerás carne y bendito seas.
Con la paciencia necesaria para preparar un coctel de gambas con salsa rosa,
abrir unas ostras y hacer una caipirinha si la ocasión lo merecía. Para
encender el fuego, cuidarlo, preparar la brasa y hacer un asado con sus patatas
hundidas entre las cenizas. Paciencia para cascar almendras, tostarlas y
ofrecerlas gustosamente. Ahora soy yo el que casca almendras y las huelo,
huelen tan bien que me huelen a él.
A disfrutar de los olores de una cerveza bien fresquita, unos berberechos,
un bloody mary, una copa de brandy de Jerez o un buen cava catalán, que
entonces le decíamos champán y a veces era semiseco. El muy tunante amagaba los
botellines de cerveza, como quien no quiere la cosa. Mojó el dedo en su copa y
se lo dio al bebé, a chupar agua bendita, los bautizaba, un ritual que repitió
con cuantos chiquillos se posaron en su regazo. Los niños le hacían sonreír, se
le caía la baba.
Él era así, tenía la extraña manía de guardar cosas mucho tiempo. Recuerdo
el olor de los libros, el de los viejos y el de los más nuevos, ambos
adictivos. Se guardan los libros. Y regaba sus plantas porque debía creer en
aquello de ¿si no sabes cuidar una planta cómo vas a cuidar de los tuyos? Le
gustaban las plantas vivas más que las flores muertas. Geranios, alhelíes y
hortensias impregnaban el balcón con su fragancia para dar la bienvenida al
verano. Con la verbena llegaban los petardos, la pólvora de San Juan, el olor y
otro año más, otro aniversario de fortuna, la enorme fortuna que hemos tenido
por tenerlo entre nosotros tanto tiempo. Tanto, tan bueno y tan aromático.
Soy un afortunado. Te huelo y te añoro. Me
miras. Te quiero. Gracias.
Xesco,preciòs, poètic, emotiu, fins i tot es pot enflairar.
ResponderEliminarFantàstic! Gràcies per compartir-ho!
Llegida la lletra i un cop emocionats, es flaira perfectament que és vosté una herència con patas, estimat.
ResponderEliminarSana enveja Xesco, em produeix llegir això... Poc més puc dir-te.
ResponderEliminarSalutacions!.
Les absències,
ResponderEliminarQuan marxa algú molt estimat deixa un buit que mai ningú podrà omplir. Queda allà. El dolor amb el temps és suavitzar és més "portable". Des d'aquell dia la vida és diferent perquè mai tornarà a ser igual.
Malgrat els que diuen el temps ho cura tot. Quina cosa?
Per contra, el seu record sempre ens acompanya, sempre estarà present, sempre serà els nostre referent,
Una abraçada Xesco,
De vegades, els silencis són les millors de les paraules, Gràcies per compartir,
fina
No tengo palabras, para describir la emoción que he sentido al leer estas preciosas palabras. Poesía pura, para describir a un hombre, a un padre. Quizás el hecho de saberme tan afortunada poe tener aún al mío a mi lado, han hecho que un escalofrío me recorra ante la posibilidad de no tener para siempre a al mío. El hombre de mi vida, ese a quién a veces intento ver en otros hombres, sin hallarlo nunca... Gracias, por compartir ese sentimiento tan grande. Un abrazo.
ResponderEliminarEather
Preciosas palabras!!! orgullo de hijo!!! Un abrazo!
ResponderEliminarestimat xesco, m'has provocat tants sentiments que he tingut la temptació d'escriure llarg, però no ho faré, tampoc no és el lloc. però no em puc estar de dir-te que m'hauria agradat escriure un article com aquest per recordar el meu pare, que en això també ets per a mi mestre, mestre en despertar records, reviure olors, notar absències; que els pares de cada època s'assemblen, perquè del meu també en recordo l'olor de floïd i també em duia al taller on treballava, una fusteria, que també desprèn olors molt particulars; que els fills en l'absència descobrim que hem heretat més que alguna cosa material del nostre pare, i ens n'adonem cada dia quan ens mirem al mirall. sí, aquella persona que tant ens va fer enrabiar quan érem adolescents, que segurament vam infravalorar de joves i que els anys situen al seu lloc, que és molt important.
ResponderEliminarm'alegro que hagis tingut aquest pare, i que t'hagi ajudat a ser com ets, i estic segur que un dia els teus fills també podran sentir-se tan orgullosos del seu progenitor.
una abraçada, amic!