Un servidor se encuentra en pleno tránsito profesional. De lo urbano a lo rural.
Tomando a sorbitos la última VollDamm con aroma a carburante y a barrio de Gracia, acompañado de Starbase y Xesco, canallas asaltándome, con libro el uno y con sus secretos del escabeche el otro. Acabando de atar cabos, repleto de incertidumbres, descubriendo caminos sin asfaltar, escandallando personajes, oliendo a rustidera con huesos y a presupuestos firmados.
Feliz cual perdiz, escabechada, por favor.
Me alejo, temporalmente, de mis queridos libros de cocina centenarios, de los recetarios frikis de los años setenta, de las revistas que nos arañan el corazón, de los tochos ególatras infumables del siglo XXI, de Carvalho y Montalbano, de nuestras excelsas plumas españolas. Y recupero, gracias a la consulta de una lectora sobre cierta receta de Rondissoni, una de las muchas sorpresas que las entrañas de los libros de viejo han traído a este pequeño bibliófilo.
Después de tocar, oler y revisar los nuevos ejemplares que llegan a la biblioteca de Gastromimix, siempre repaso con cuidado todas las páginas e interiores, a la espera de alguna grata sorpresa. Ésta apareció en un ejemplar de la revista El Gorro Blanco de enero de 1943. Lo sé, Rodissoni - Menage, Doménech - El Gorro Blanco, pero buscando la información de esta lectora, repasé los ejemplares de ambas cabeceras.
En la cara del folio, una LISTA DE PRECIOS, escrita con Olivetti o similar, en añoradas pesetas y con la observación de que: "Los platos con champiñones aumentarán 20 ptas con otras verduras 10 ptas". La Bullabesa multiplica por más de seis el precio de un caldo. Los entremeses se apellidan variados y el jamón York entra en la nobleza a golpe de oporto. Rossini pasa a la eternidad en forma de canelonis y "a la romana" gana por goleada "a la milanesa" y "a la jardinera". El toro de lidia se merece las mayúsculas y medio pollo se ahoga en "champan".
En el dorso, un cliente cachondo o el mismo autor de la carta propone un menú alternativo y poético. Sopa de lentitud, huevos revoltosos, turmas a lo Tuset, cabrito de Sallent, pijama de esperanza, fruta arrugada, café amargo y copa de ilusión. ¿El precio? 100.000, subrayado y sin servicio.
Y aquí os lo dejo, con la añoranza de quien se separa de su círculo íntimo y se dirige cauteloso hacia un valle a 1.202 metros de altura sobre mi terraza urbana. Dejando libres las riendas en la noche, rodeado de oscuridad y acantilados, para que el instinto elija, sin dudarlo, el buen camino.
Amigo Panxeta, usted no se puede perder del camino porque lleva en su interior la luz de lo verdadero.
ResponderEliminarAsí que cabalgue en la noche, luche contra los espectros, destruya el anillo y salve al mundo.
Coño, que te vas a Mordor? (más de 1.000 metros y el cotertuliano en plan hobbit, verde y con asas).
ResponderEliminarGrais señor Oscar, lo de la luz interior es de una luciérnaga que me tragué en unos parajes colombianos, allende los mares...
ResponderEliminarAlejandro, Mordor no, ni orcos, pero fantasmas hailos como en cualquier recóndito paraje que huela a gastroloquesea...
Un abrazo a ambos!