sábado, agosto 2

El hombre caimán

Querido amigo,

La historia que le traigo me fue contada hace un par de semanas por un entrañable personaje de morro fino y popular gaznate, en un lugar maravilloso y durante una aventura que empezó en Cartagena de Indias, siguió por tierra hasta Magangué y acabó en el mágico e isleño pueblo de Mompox. En aquella mesa hubo ron, queso y arroz con coco, así que intentaré ser fiel al relato sin que la manduca que embaulamos y los tragos que nos echamos al coleto interfieran en demasía.

Mompox, julio de 2014

Resultó que en el chuzito donde un servidor se hallaba dando buena cuenta del arroz con coco de doña Casilda. Allí mismo, en aquella misma silla de humilde madera rústicamente tallada. Allí, se sentaba el hombre caimán.

Mecedora momposina
Y en aquella misma mesa de manchas eternas, el hombre caimán se tomaba un vaso de ron, un platito de queso y, por último, su plato favorito: el arroz con coco. Miraba siempre hacia la orilla opuesta del río y cuando adivinaba la presencia de alguien al otro lado, apuraba su arroz y desaparecía en el agua.

¿Que por qué hacía todo esto? No desespere compadre. Le recomiendo encarecidamente, querido Xesco, que se sirva un trago corto. Sin agua, sin hielo. De ese ron oscuro y añejado que medio tiene olvidado en aquel armarito. Este cuento apenas empieza. Es una historia de amor, como todas, con la diferencia de que el hombre salió mejor librado que cualquiera, a pesar de todas las adversidades. Así que si va usted a servirse ese ron, hágalo de una vez y bébalo sin remilgos que un servidor empieza el relato y no para hasta el final.

Un hombre, alegre y despreocupado, viajaba continuamente de Pinillos a Magangué vendiendo toda suerte de alimentos y frutas hermosas. A grandes voces y en medio del jugueteo, el hombre divertía a todos con sus historias absurdas de cómo adquiría los productos, hasta el punto de convencer a los compradores de que lo que se llevaban eran objetos maravillosos.

Una tarde, mientras anunciaba a gritos la venta de unas naranjas que, según él, poseían las esencias del amor eterno, descubrió para su fortuna la presencia de una bellísima mulata, con el pelo recién enjuagado, que caminaba preocupada. El hombre entabló conversación con la muchacha y, rápidamente, ambos se sintieron profundamente atraídos. Ella se llamaba Roque Lina y era la hija de un severo e inabordable comerciante de arroz. Sus hermanos que jugaban el secreto papel de vigilantes de los pasos de la muchacha, al darse cuenta de que Roque Lina era atraída cada vez más por las frases pomposas del hombre, dieron la voz de alarma a su padre.

Así pues, estimado amigo, cuando el hombre apareció como de costumbre con sus alaridos y sus productos de otro mundo, y se precipitó feliz a saludar con canciones a su querida Roque Lina, se encontró frente a la presencia poco amable de su imposible suegro.

“Aquí el que vendo soy yo”, le espetó tajante el padre, “y mi hija no es arroz. Así que puede irse con su cantinela a otra parte antes de que tengamos problemas. ¡O yo no sé!”. Y sin agregar una palabra más, tomó a Roque Lina del brazo y la arrastró con él.

El Comedor Costeño, Mompox
Fue desde ese momento cuando el hombre empezó a venir todos los días a esta tienda y a esta mesa y a esta silla donde un servidor estaba sentado. A pedir el mismo ron, el mismo queso y el mismo arroz con coco, y a mirar hacia el río.

¿Por qué? No sé si por la atención que le prestaba al relato, o bien por los efectos del recio ron, pero rápidamente me percaté de que en aquel río los hombres se bañaban en esta orilla. Hacia la mitad de la corriente descubrí un remolino, y al otro lado se estaban bañando las mujeres.

¿Qué pasaba? Pues nada más que el hombre se había puesto de acuerdo con Roque Lina para que cuando ella fuera a bañarse él atravesara el río a nado para visitarla. Usted, perspicaz amigo, se estará preguntando cómo haría el hombre para atravesar aquel remolino, que le juro que a primera vista se adivina no apto para seres humanos. Saboree su ron pues aquí es donde reside el secreto de la historia.

Aquel hombre terminaba de comerse el arroz, se metía en el agua y, poco a poco, su cuerpo se iba corrugando, sus brazos se encogían en pequeñas patitas, sus piernas se unían en una agitada cola, y cada uno de los granitos de arroz que se había comido se iban transformando en una hilera de afiladísimos dientes, hasta quedar convertido en un expertísimo caimán nadador.

Así el hombre caimán atravesaba ágilmente el remolino y, luego de violentos chapoteos, lograba llegar hasta donde Roque Lina, quien ansiosa lo esperaba para ir a descubrir con él las profundidades secretas del río. El hombre venía aquí a diario, bebía el vasito de ron y comía su eterna ración de arroz con coco, y se lanzaba en su viaje reptil donde su amada Roque Lina. Esta visita permanente fue poniendo alerta a todos los pescadores de la zona.

Una mañana, uno de los hermanos de Roque Lina alcanzó a percibir la cola desenfrenada del hombre caimán rompiendo el remolino, y de inmediato dio la voz de alarma. Todos los hombres de Magangué se dieron a la caza del caimán. Pero cualquier esfuerzo era inútil. Mientras más obstinados eran los hombres tratando de aniquilar al animal, más ágil se volvía el hombre caimán para llegar hasta la orilla de Roque Lina.

Sírvase otro roncito, mi muy estimado compañero de letras y teclas, que yo me acabo de apurar otra ronda ya que esta historia se precipita a su final y debe usted prepararse para lo que sigue. ¿Me va siguiendo?

El papá de Roque Lina, hombre ostentoso y sediento de fabricarse su propio orgullo, ubicó con exactitud el sitio por donde el caimán solía nadar y organizó un cerco para atraparlo.

Embarcadero de ferry y chalupas en Bodega dirección a Magangué

Una mañana, un buen número de pescadores navegaron afanosamente por estos parajes, buscando sin descanso al caimán, comendados por el padre de Roque Lina. Mientras esto sucedía, el hombre de nuestra historia, sentado aquí donde está un servidor, terminó su ron, su queso y su arroz y salió de la tienda. ¿Hacía dónde iba si todos lo buscaban? Luego lo supe: el muy vivo se echó al agua mientras todos estaban en su búsqueda, nadó agitadamente hasta el barco del papá de Roque Lina y, de una, se devoró todo el arroz que encontró. Acto seguido, buscó a su amada que dormitaba en el muelle. Suavemente la acomodó sobre su espalda y, sin despertarla, se alejó con Roque Lina en silencio. Nunca mas volvió a saberse de ellos. Pero, desde ese día, todos los hombres de estos alrededores esconden temprano a sus mujeres y sus hijas, y se apuntan a comerse todo el arroz que tengan en la olla antes de que el hombre caimán venga y haga desaparecer mujer y granos.

Mompox, julio de 2014
Este es más o menos el cuento, amigo. Lo bueno es que por aquí, desde esos días, se canta un merengue que dice:

Esta mañana, temprano,
cuando bien me fui a bañar,
vi un caimán muy singular
con cara de humano.

Confío en que ya se da cuenta por qué es. Brindo con usted y por usted. Con ron y con añoranza. Lastimosamente, lo único que no puedo brindarle en estos momentos a usted, amigo mío, es un plato de arroz con coco. Por la obvia distancia que nos separa hace casi dos años ya y, porque estos días, no sé por qué, el arroz ha estado escaso por estos lares… al menos nos quedan las teclas intactas del computador. Felices vacaciones.

* De todo ello, ron aparte, tuve la fortuna de documentarme unos días después en La casa amarilla. Hospedaje donde un servidor descubrió una pequeña biblioteca y entre sus ejemplares uno sobre cuentos populares colombianos. "Cuentos para contar" se editó en abril de 2011 y en segunda edición en septiembre de 2011, con un total de 110.176 ejemplares que se distribuyeron de manera gratuita por el país. 

2 comentarios:

  1. Después de tragarme dos roncitos a palo seco le aseguro que me la historia me resulta de lo más entrañable, está usted en forma amigo, no lo deje, el ron quiero decir.

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  2. Brtual como engarza el jefesito locombiano. Brutal.

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