Querido
amigo,
La
historia que le traigo me fue contada hace un par de semanas por un entrañable personaje de morro fino
y popular gaznate, en un lugar maravilloso y durante una aventura que empezó en
Cartagena de Indias, siguió por tierra hasta Magangué y acabó en el mágico e
isleño pueblo de Mompox. En aquella mesa hubo ron, queso y arroz con coco, así
que intentaré ser fiel al relato sin que la manduca que embaulamos y los tragos
que nos echamos al coleto interfieran en demasía.
Mompox, julio de 2014 |
Resultó
que en el chuzito donde un servidor se hallaba dando buena cuenta del arroz con
coco de doña Casilda. Allí mismo, en aquella misma silla de humilde madera
rústicamente tallada. Allí, se sentaba el hombre caimán.
Mecedora momposina |
Y en
aquella misma mesa de manchas eternas, el hombre caimán se tomaba un vaso de
ron, un platito de queso y, por último, su plato favorito: el arroz con coco.
Miraba siempre hacia la orilla opuesta del río y cuando adivinaba la presencia
de alguien al otro lado, apuraba su arroz y desaparecía en el agua.
¿Que
por qué hacía todo esto? No desespere compadre. Le recomiendo encarecidamente,
querido Xesco, que se sirva un trago corto. Sin agua, sin hielo. De ese ron
oscuro y añejado que medio tiene olvidado en aquel armarito. Este cuento apenas
empieza. Es una historia de amor, como todas, con la diferencia de que el
hombre salió mejor librado que cualquiera, a pesar de todas las adversidades.
Así que si va usted a servirse ese ron, hágalo de una vez y bébalo sin remilgos
que un servidor empieza el relato y no para hasta el final.
Un
hombre, alegre y despreocupado, viajaba continuamente de Pinillos a Magangué vendiendo
toda suerte de alimentos y frutas hermosas. A grandes voces y en medio del
jugueteo, el hombre divertía a todos con sus historias absurdas de cómo
adquiría los productos, hasta el punto de convencer a los compradores de que lo
que se llevaban eran objetos maravillosos.
Una
tarde, mientras anunciaba a gritos la venta de unas naranjas que, según él,
poseían las esencias del amor eterno, descubrió para su fortuna la presencia de
una bellísima mulata, con el pelo recién enjuagado, que caminaba preocupada. El
hombre entabló conversación con la muchacha y, rápidamente, ambos se sintieron
profundamente atraídos. Ella se llamaba Roque Lina y era la hija de un severo e
inabordable comerciante de arroz. Sus hermanos que jugaban el secreto papel de
vigilantes de los pasos de la muchacha, al darse cuenta de que Roque Lina era
atraída cada vez más por las frases pomposas del hombre, dieron la voz de
alarma a su padre.
Así
pues, estimado amigo, cuando el hombre apareció como de costumbre con sus
alaridos y sus productos de otro mundo, y se precipitó feliz a saludar con
canciones a su querida Roque Lina, se encontró frente a la presencia poco
amable de su imposible suegro.
“Aquí
el que vendo soy yo”, le espetó tajante el padre, “y mi hija no es arroz. Así
que puede irse con su cantinela a otra parte antes de que tengamos problemas.
¡O yo no sé!”. Y sin agregar una palabra más, tomó a Roque Lina del brazo y la
arrastró con él.
El Comedor Costeño, Mompox |
Fue
desde ese momento cuando el hombre empezó a venir todos los días a esta tienda
y a esta mesa y a esta silla donde un servidor estaba sentado. A pedir el mismo
ron, el mismo queso y el mismo arroz con coco, y a mirar hacia el río.
¿Por
qué? No sé si por la atención que le prestaba al relato, o bien por los efectos
del recio ron, pero rápidamente me percaté de que en aquel río los hombres se
bañaban en esta orilla. Hacia la mitad de la corriente descubrí un remolino, y
al otro lado se estaban bañando las mujeres.
¿Qué
pasaba? Pues nada más que el hombre se había puesto de acuerdo con Roque Lina
para que cuando ella fuera a bañarse él atravesara el río a nado para
visitarla. Usted, perspicaz amigo, se estará preguntando cómo haría el hombre
para atravesar aquel remolino, que le juro que a primera vista se adivina no
apto para seres humanos. Saboree su ron pues aquí es donde reside el secreto de
la historia.
Aquel hombre terminaba de comerse el arroz, se metía en el agua y,
poco a poco, su cuerpo se iba corrugando, sus brazos se encogían en pequeñas
patitas, sus piernas se unían en una agitada cola, y cada uno de los granitos
de arroz que se había comido se iban transformando en una hilera de
afiladísimos dientes, hasta quedar convertido en un expertísimo caimán nadador.
Así
el hombre caimán atravesaba ágilmente el remolino y, luego de violentos
chapoteos, lograba llegar hasta donde Roque Lina, quien ansiosa lo esperaba
para ir a descubrir con él las profundidades secretas del río. El hombre venía
aquí a diario, bebía el vasito de ron y comía su eterna ración de arroz con
coco, y se lanzaba en su viaje reptil donde su amada Roque Lina. Esta visita
permanente fue poniendo alerta a todos los pescadores de la zona.
Una
mañana, uno de los hermanos de Roque Lina alcanzó a percibir la cola
desenfrenada del hombre caimán rompiendo el remolino, y de inmediato dio la voz
de alarma. Todos los hombres de Magangué se dieron a la caza del caimán. Pero
cualquier esfuerzo era inútil. Mientras más obstinados eran los hombres
tratando de aniquilar al animal, más ágil se volvía el hombre caimán para
llegar hasta la orilla de Roque Lina.
Sírvase
otro roncito, mi muy estimado compañero de letras y teclas, que yo me acabo de
apurar otra ronda ya que esta historia se precipita a su final y debe usted
prepararse para lo que sigue. ¿Me va siguiendo?
El
papá de Roque Lina, hombre ostentoso y sediento de fabricarse su propio
orgullo, ubicó con exactitud el sitio por donde el caimán solía nadar y
organizó un cerco para atraparlo.
Embarcadero de ferry y chalupas en Bodega dirección a Magangué |
Una
mañana, un buen número de pescadores navegaron afanosamente por estos parajes,
buscando sin descanso al caimán, comendados por el padre de Roque Lina.
Mientras esto sucedía, el hombre de nuestra historia, sentado aquí donde está
un servidor, terminó su ron, su queso y su arroz y salió de la tienda. ¿Hacía
dónde iba si todos lo buscaban? Luego lo supe: el muy vivo se echó al agua
mientras todos estaban en su búsqueda, nadó agitadamente hasta el barco del papá
de Roque Lina y, de una, se devoró todo el arroz que encontró. Acto seguido,
buscó a su amada que dormitaba en el muelle. Suavemente la acomodó sobre su
espalda y, sin despertarla, se alejó con Roque Lina en silencio. Nunca mas
volvió a saberse de ellos. Pero, desde ese día, todos los hombres de estos
alrededores esconden temprano a sus mujeres y sus hijas, y se apuntan a comerse
todo el arroz que tengan en la olla antes de que el hombre caimán venga y haga
desaparecer mujer y granos.
Mompox, julio de 2014 |
Este
es más o menos el cuento, amigo. Lo bueno es que por aquí, desde esos días, se
canta un merengue que dice:
Esta
mañana, temprano,
cuando
bien me fui a bañar,
vi
un caimán muy singular
con
cara de humano.
Confío
en que ya se da cuenta por qué es. Brindo con usted y por usted. Con ron y con
añoranza. Lastimosamente, lo único que no puedo brindarle en estos momentos a
usted, amigo mío, es un plato de arroz con coco. Por la obvia distancia que nos
separa hace casi dos años ya y, porque estos días, no sé por qué, el arroz ha estado
escaso por estos lares… al menos nos quedan las teclas intactas del computador. Felices vacaciones.
* De todo ello, ron aparte, tuve la fortuna de documentarme unos días después en La casa amarilla. Hospedaje donde un servidor descubrió una pequeña biblioteca y entre sus ejemplares uno sobre cuentos populares colombianos. "Cuentos para contar" se editó en abril de 2011 y en segunda edición en septiembre de 2011, con un total de 110.176 ejemplares que se distribuyeron de manera gratuita por el país.
Después de tragarme dos roncitos a palo seco le aseguro que me la historia me resulta de lo más entrañable, está usted en forma amigo, no lo deje, el ron quiero decir.
ResponderEliminarBrtual como engarza el jefesito locombiano. Brutal.
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