Que se mueran los feos. Es el título de la película protagonizada
por Javier Cámara que me vino a la cabeza cuando supe del Ugly American Bar & Grill.
Pensamiento que se confirmó cuando crucé su puerta de la carrera 9ª con calle 81 y me
adentré en sus entrañas. De feo nada sino todo lo contrario. En un instante
declaré mi amor incondicional por el atrevimiento del piso, por la valiente
apuesta de su gran barra, por esos muebles de anticuario y aquellas lámparas
vintage. En definitiva, por ese aire de clandestinidad que siempre dan los
sótanos, por la mimada decoración y por el liderazgo de profesionales.
Profesionales de los de verdad.
La decoración corre de la mano de Santiago Muñoz. Para gozar
de sus mesas y de su espectacular barra dos grandes fenómenos: a los fogones
les corresponde el mérito de Daniel Kaplan y el sentirse como en el salón de
casa es culpa de Santiago Arango.
En mi primera visita, y tras la recomendación de Santiago,
nos ubicamos en la imponente barra. Absolutamente recomendada para almorzar en
pareja, ya sea por placer o por negocios, y diseñada para hacer lo mismo en
solitario. Acomodada con ganchos para colgar morral, maletín ejecutivo o bolso
trendy, y equipada con enchufes para recargar aifons, esmarfons, emputadores y
demás adictiva tecnología de supervivencia.
Insisto en la barra. También como lugar privilegiado para
gozar en primera fila del arte de la coctelería y mixología, de la mano de un
equipo de profesionales liderados y formados por el mismísimo Eben Klemm.
Servicio a la vista del cliente con un
carril de coctelería que se alarga por metros y metros.
Siempre defiendo, y mucho, en la necesaria aunque costosa
práctica de la preapertura, donde la empresa invierte en la formación de los
empleados y en el rodaje de la sala y la cocina, con servicio a clientes reales
a puerta cerrada. Algo tan necesario y tan poco practicado pero que ahorra enormes
disgustos y trágicos errores a partir de la apertura oficial. Muchas veces
significa la nada desdeñable diferencia entre volver (y recomendar) o no volver
(y criticar). Debería ser asignatura obligada para cualquier empresario del
sector restaurador que desee hacer las cosas de manera óptima que no
especuladora.
Dos visitas acreditan sobradamente a este restorán para un
servidor. La primera como discreto invitado y sincero opinador. La segunda como
disfrutón y cicerone de otro tragaldabas catalán que estuvo estos días de vacaciones por Colombia. Así que los platos
que a continuación rememoraré no fueron embaulados en una sola sentada, si no
que fueron disfrutados dos sesiones diferentes aunque siempre sabrosas y
pantagruélicas. Como debe ser la comfort
food, la cocina casera sureña americana.
Vayamos al meollo. El Ugly es una taberna gringa (en su
acepción más cariñosa y popular), donde se sirve auténtica comida sureña de
Estados Unidos con algunos guiños europeos. Un sur que queda bien
saboreado con las propuestas de Texas, Mississippi y Nueva Orleans, quedando salpicada
la carta con otras zonas como Maine, por ejemplo.
Es de apreciar y valorar el detalle y el esfuerzo de la
cocina a la hora de ofrecer al comensal un pequeño aperitivo a cuenta de la
casa. En este caso un deliciosísimo pan de maíz en compañía de unas tajadas de
jalapeño y de una untuosa y golosa mantequilla de pimentones asados. Los jalapeños
habían desaparecido en mi segunda visita, aunque, el siempre atento Kaplan, me
sugirió pedirlos aparte al mesero en las próximas comidas. Cosa que igualmente
les sugiero a los amantes del picante que se acerquen a las mesas del Ugly.
Me gustó en demasía que la carta incluya unos Snacks – Bar Bites, ideales para
abrir el apetito o para disfrutar una tarde
after work junto a un coctel o una cerveza de barril. Sí de barril, ya era
hora de que en Bogotá disfrutemos de una cerveza “bien tirada”. Bravo por todos
los empresarios que sacrifican espacio en sus locales pero nos permiten gozar
del trío cerveza-temperatura-espuma.
A destacar los Fried Pickles, pepinillos caseros
encurtidos en vinagre dulce, fritos y acompañados de una mayonesa dulce. Un
vicio de empezar y no parar. De impecable ejecución el Chicken Liver Paté. El
mágico y violento sabor de los hígados, en este caso de pollo, elaborados en
alquimia perfecta con bourbon y degustados en un fantástico equilibrio con
pepinillos, que cortan al paladar lo grasoso de la víscera, y con mermelada de
dátiles que redondean una perfecta golosina. Muy buen pan sourdough que me recordó
a mi añorado pan de payés catalán, excelente miga aireada y crujiente costra.
Adictivo a más no poder el Pork Belly Slab, un par
de gruesos cortes de tocino cocinados por varias horas y glaseados con salsa
oriental. Se repite el equilibrio entre untuosidad salada-dulce.
Ideal para paladares no tan atrevidos y cinturas a dieta,
aunque no por ello deja de ser un platillo sensacional, el Artichoke and Spinach Dip,
ambas verduras fundidas en una salsa de tres quesos, acompañadas de tostadas de
pan para gozar haciendo tu propio montadito o, si el protocolo lo permite,
mojar directamente en la cazuelita, saborear el conjunto y chuparse los dedos elegantemente a
escondidas.
Excelsas carnes, que de la sabia y experimentada mano de
Daniel Kaplan, son valor añadido y ganador de esta gringa carta. Para los
colmillos pusilánimes como los de mi acompañante, es ideal el Steak Frites,
lomo de res angus nacional en su versión de 200 gr. o 280 gr. Pero para fanáticos caníbales como un servidor, los bestiales 300 gr del New York Strip, una chata
ancha, sin hueso, con su correspondiente grasa que cualquier verdadero gozador
de la carne sabrá apreciar como elemento medidor clave de calidad para la
exacta, consentida y paciente maduración de la carne.
Si algo me atrevería a añadir es que en la cocina se atrevan
a llevar al extremo la reducción de las salsas, en el caso de un servidor, la
Bourbon Peppercorn and Mushroom. Esa caramelización y concentración extrema de
cualquier demi-glace que se precie sería celestial para una carne
que, contradictoriamente, casi no necesitaría ninguna salsa.
Embobado me quedé al descubrir una combinación
verdaderamente sureña. Fried Chicken and Waffles. Un analfabeto servidor que
pensaba, hasta la fecha, que las waffles solo habían servido para crear las
míticas suelas de las zapatillas Nike y solo se servían en su dulce y
empalagosa modalidad. Aquí, como en el sur de los USA, se sirven
como compañía de un par de presas de pollo apanado y con un tarrito de miel de
romero y salsa picante para disfrutar sin prejuicios ni complejos. Generosísimas y completísimas las ensaladas que un servidor,
por prescripción facultativa no probó, pero sí vio y constató que mis compadres
de mesa las disfrutaron con fruición.
Dejo párrafo aparte el que fue, con diferencia, el plato
ganador para un servidor. Aunque tristemente haya sido modificado en la actual
carta para mejor placer y aceptación del paladar bogotano. Lo siento por
algunos de los lectores pero, paladar clásico y conservador en su mayoría, que
a buen seguro ya está cambiando sin llegar a ser, desafortunadamente, la
mayoría ganadora. Para mi más absoluta y afortunada gozadera, la versión que
probé a puerta cerrada era digna de los mejores bistrós franceses y de las
nuevas modernas tabernas catalanas. El Beef Tartare in
Marrow, carne de res cruda y cortada a cuchillo, mezclada con mayonesa de
tuétano, mostaza, chalota y alcaparras fritas. Con una efectista presentación
en su propio hueso. Plato y sabores reales, primitivos, clásicos. Sin yema de huevo cruda,
fíjese usted. Pero memorable y goloso, rayando esa lágrima del placer que solo
consiguen una veintena de platos a lo largo de la pecadora y sacrificada vida
de un canalla gastrónomo que se precie.
Hoy, para mi desconsuelo, se sirve sin el hueso y sin la
mayonesa de tuétano. Desde aquí aprovecho para maldecir a las falsas y
sensiblonas almas del comer que se sientan a una mesa con mucha educación (o
no), pero con muy poca cultura del verdadero arte del condumio y del auténtico
placer del goloso abanderado por Grimod de la Reyniere, Manuel Vázquez Montalbán, Curnonsky, J-F. Revel, Santi Santamaria o el Conde de Sert.
Desde aquí aprovecho también para alabar la valentía y la férrea voluntad para
educar el futuro paladar colombiano de estos dos fenómenos de la restauración
bogotana, Daniel Kaplan y Santiago Arango.
Sepan ustedes que, al menos, el susodicho tartar lleva ahora
un huevo de codorniz. ¿Crudo o cocido? Vayan al Ugly, pregunten, degusten y "no
me jodan".
Los postres, como no podía ser de otra manera, son de todo
menos light. Tentadores, pecadores y con ese grado de cargo de conciencia que
solo los gringos pueden conseguir (con permiso, faltaría más, de la pastelería
francesa). Brutales los tradicionales Beignetes de Nueva Orleans, para mojar en
pleno ataque gastroesquizofrénico, ora en cream cheese, ora en chocolate cream.
Divertida y sorprendente la Pop Corn Mousse. Si, si, de verdad. Mousse de
crispetas (a.k.a. palomitas), crispetas caramelizadas y torta de chocolate
agazapada en el fondo.
Definitiva y sinceramente, en el Ugly, te pones guapo.
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