Los chistes, el humor negro y los chascarrillos tienden a
cargarse a los respectivos suegros. Un servidor tiene la gran suerte de que en
la lotería de la vida le ha tocado una estupenda suegra y otro tanto de suegro.
Ambos ya han sido citados en algún que otro artículo. Pero si algo destaca de
mi suegro Marcos es lo carpanta y gocetas en lo que a condumio se refiere. Ya
sea en fogón ajeno o en el propio, porque puestos a confesar, no hace mucho nos deleitó con una impecable ejecución de excelsa receta
dominical. Receta de corte absolutamente afrancesado y de volverse loco mojando
pan, creada por la mismísima madame Maigret: blanquette de veau. Nada más y
nada menos.
Amén de su buena mano guisandera, es un avezado practicante
del arriesgadísimo deporte de almorzar por el centro-sur de Bogotá y aledaños.
Como digo, deporte de alto riesgo coronario, gástrico e intestinal, que le ha
llevado tanto a relamer los cielos más pantagruélicos, como a sufrir infiernos de retortijones y sal de
frutas. Y, cómo no, un servidor se deja llevar a donde don Marcos diga. Fe
ciega. Kamikaces del paladar.
Así pues, ¿donde dirigir nuestros famélicos estómagos un
martes a la hora del almuerzo en los alrededores de la Caracas? Don Marcos no
duda: vayamos al Manolo. Debo confesar que el nombre me sonó a estar en el
casco antiguo de Sevilla, o de Madrid, o de l’Hospitalet. Pero no, El Manolo
está en la mismísima Carrera 12 con 16 de Bogotá Distrito Capital. Y ante la
promesa de una rica carne oreada, allá que dirigimos nuestros afilados caninos.
Un letrero, una puerta y una inmediata parrilla le hacen a
uno pensar en un minúsculo chuzo. Nada más alejado de la realidad. El Manolo es
una antigua y gigantesca casa de la que han conservado cada una de las
estancias para convertirlas en mini saloncitos que le confieren al restorán un
aspecto de laberinto. Estos cubículos me llevaron directamente a recordar esas
casas regionales en las grandes capitales de provincia españolas, donde el
folclore y el condumio restauran las añoranzas de cada cual: la casa de Soria,
el Centro Aragonés, el Euskal Etxea… De la misma manera, El Manolo es un
asadero santandereano, donde satisfacer las añoranzas de los nacidos en los
Santanderes pero emigrados a la capital.
La reciedumbre de las tierras santandereanas queda reflejada
en una carta austera, seca, íntima. Pocos platos pero auténticos. Para abrir
boca, un servidor y compañía nos embaulamos la que es, a buen seguro, la mejor
arepa santandereana probada hasta la fecha en Colombia. Como curiosidad, en la
entrada del Manolo, a pie de calle, hay ubicado un carrito de venta ambulante de aguacates, y uno puede comprar dichos aguacates con la libertad de su consumo en la propia mesa del Manolo.
La compañía de la arepa fueron unos excelsos frijoles con
tocino y su correspondiente ají. Después,
la unanimidad impuso las tradicionales raciones de carne oreada* con papa
salada y yuca en salsa.
Una de las cosas que me maravillan de los restoranes es
quedarme con las ganas de probar otros platos. Así pues, queda en la lista de
pendientes volver al Manolo un miércoles (y sólo los miércoles) para zampar su
afamada sobrebarriga, o cualquier otro día para gozar con un mondongo, una
mazamorra chiquita o un mute** santandereano. Nada más y nada menos.
* Carne oreada: conservar o cecinar las carnes para su
preparación en tierras cálidas es una costumbre ancestral europea. Santander
replica fielmente esta técnica, también conocida como tasajo en el resto de
América indígena, México, América Central y Panamá desde tiempos prehispánicos.
Después de tasajear o cortar la carne en piezas largas no muy gruesas, se aliña
con abundante cebolla larga, algo de panela y comino molido. Luego se expone al
aire para orearla pero no secarla, eliminando la humedad que pudiera
corromperla.
** En el mute se emplea la guaca. Hierba aromática empleada
exclusivamente en los Santanderes, desde la época prehispánica, para dar un
sabor levemente picante y ácido a las preparaciones. Algunas veces son
confundidas con las guascas del Altiplano, pro son diferentes tanto en sabor
como en apariencia.
Del libro “Colombia. Cocina de Regiones”, MNR Comunicaciones
& Ediciones SAS, primera edición de 2012.
Qué chévere la mirada meteca que lleva al local a remirar lo de siempre
ResponderEliminarcon ese valor agregado. En este caso no solo a Manolo sino a Marcos y
sus, hasta el momento dudosas, recomendaciones sobre"metederos" del
centro.
Mireia