viernes, agosto 12

Un restaurante cualquiera


No es costumbre de Gastromimix arengar en contra de restaurante alguno pero en ocasiones lo que debería ser un rato agradable se convierte en un cúmulo de despropósitos que bien merece la pena anotarlos para no olvidar y no recaer.  Una recomendación: léase en modo cómico y relajado.

En un país que pretende ser poseedora de “la mejor gastronomía del mundo” se ignoran con demasiada frecuencia aquellos lugares en los que un disfruta bien poco.  Si disfrutar de la comida no es lo mismo que disfrutar de la mesa, en ocasiones ninguna de las dos cosas es posible. 

Envío copia de lo aquí reflejado al restaurante en cuestión.  Si bien no supieron reaccionar al instante, como mínimo tengan constancia escrita de lo sucedido y percibido por unos ignorantes clientes, mi familia y yo, unos grumetes de pacotilla, mindundis entre otros tantos.

No citaré el nombre del establecimieto en cuestión, no es necesario.  Además no se trata de maltratar un negocio sinó más bien de construir, de indicar cómo se deben hacer algunas cosas para no salir tan malparados ante un eventual encuentro con un crítico incorrupto.   O mejor aún, de cómo no se deben hacer las cosas.

Se trata de un conocido restaurante-piano bar ubicado en la zona alta de la Ciudad Condal.  En mis tiempos de pinche cocinero destacaba por su exclusiva clientela.  No había estado nunca allí y la espectativa de una buena velada nos tenía entusiasmados.  Pero ya se sabe que cuando uno espera mucho la decepción puede ser mayor.  La culpa si esto sucede, al fin y al cabo, sólo es de uno mismo.  Entono pues un irónico mea culpa y Amén.

A las 20:45 h. de un jueves del mes de agosto realizamos reserva teléfonica advirtiendo de la presencia de una criatura de dos años, somos tres y llegaremos en diez minutos  Ningún problema.  El tonito de la persona al otro lado del teléfono al indicarnos que “ellos no cerraban nunca” -como si tuviéramos que saberlo- se me antojó poco menos que ordinario.  Nosotros tampoco cerramos y seguro que ellos no lo saben.  Este detalle no cobró importancia hasta que otros no empezaron a sumar.

21:00 h.  Los primeros en llegar.  Un mozo transalpino nos ofrece dos espacios, el salón interior o la terraza al otro lado de la calle.  Nos decantamos por el Salón.  Nos disponemos a entrar.  Nos asalta otro mesero para indicarnos que con la criatura estaríamos mejor en el exterior puesto que allí se fuma (no problem) cambiamos de dirección, cruzamos la calle y allí nos reciben de nuevo.  La forma en que el encargado se dirije al camarero para indiarle que ya teníamos una reserva no es agradable, comentarios en ese tono es mejor hacerlos en privado.

Si bien nosotros nos equivocamos de mesa al elegir una demasiado pequeña para tres… alguien podía habernos advertido y acomodarnos en otra más espaciosa y cómoda –digo yo-.  Era imposible que en aquella mesa-camilla para dos cupiese todo lo necesario: de entrada ya tenía el farolillo vela, cubiertos, servilletas, salero y cenicero.  Después llegarían las bebidas (agua y gaseosa), pan (3), los platos de 32cm de diámetro, ensalada al centro, aceiteras. 

Nada de juguetes de niño ni móviles u otros enseres sobre el tablero, imposible.  Y los codos ni  acercarlos, manténganse alejados.

El lugar era oscuro, poca luz, solo la luz de la vela.

La comanda:

Torres de Casta rosado, que me encanta con gaseosa.  Gaseosa que comparto con mi niña.  ¡Cómo le gusta eso de que el agua pique!

½ pallarda de solomillo con patatas fritas para mi tesoro.  Poco hecha.  El amable camarero sugería pedir un solomillo, que abrirían por la mitad y que yo me comiera la otra mitad.  Inaudito.  Empiezo a desencajarme mientras me acribillan los mosquitos, tigres y panteras.

Una hamburguesa de solomillo.  Poco hecha.  La guarnición son patatas fritas me indica el camarero.

Un steak tartar, poco hecho, de coña claro.

Una ensalada verde para compartir en el centro de la mesa.

Eso es todo.  No andamos sobrados de apetito y para cenar era suficiente.



Cruzo la calle.  Me acerco al interior del restaurante, pregunto por el aseo.  Un cocinero que salía de la cocina armado con un puro habano entre los dientes y despechugado me indica: segunda puerta a la derecha.  El lugar es precioso, auténtico, recomendable, con encanto y buen gusto.  Al salir, en lo que posiblemente era la zona de los platos fríos otro cocinero esperaba pacientemente las comandas sentado sobre el arcón congelador.  Yo flipo y sonrío: buenas noches.  Balanceando sus piernas me saluda con un movimiento de cabeza, también balanceando.  Vuelvo a cruzar la calle.



Se acerca el camarero carta de vinos en mano:

-          Lo siento To.. ta… ehhh tor… esto… (No acierta con el nombre del vino)

-          No importa, Chivite está bien

Llega el pan, no hay gaseosa.  Pedimos agua y un vaso de tamaño adecuado a las manos de mi princesa.  Un vaso de tubo, no gracias.  Una taza de café, no gracias, nos quedamos con la copa.  La copa era más grande que su cara pero bueno, ya le ayudamos nosotros y listo.

Llega el vino.  La camarera demuestra su destreza destrozando la argolla del vino.  Introduce el sacacorchos pero no sabe como sacarlo.  Saca la botella de la cubitera, se la apoya en la pierna, se retuerce, la cara de apuro es evidente.  Cuando estaba a punto de decirle que no importaba, que la dejase en la mesa y lo haría yo mismo… llega otro camarero a socorrerla, botella abierta.  Este espectáculo se repite en todas las mesas vecinas.  No entiendo cómo no le enseñan antes de dejarla sola ante el peligro. 

El restaurante empieza a decepcionarme, poco a poco va perdiendo el glamour con el que le había rodeado.

Llega la comida.  Ensalada, hamburguesa y media pallarda.

¡La madre que me parió!  La media pallarda hacía un palmo de largo pero mi tesoro no dejó ni un trocito.  Las patatas me las comí yo porque mi hamburguesa llegó acompañada de un puré de copos de patata y cebollitas que no me hizo ninguna gracia.

El steak llegará en unos minutos nos indica el camarero.  Perfecto, porque de lo contrario deberíamos haber hecho malabarismos para trocear el bistec de la pequeña gourmet.

Pasa el rato.  Llega el comboy (aceite y vinagre).  No espero más y le hinco el diente a la hamburguesa.  Como soy hipertenso (es decir, que me tenso fácilmente) no me importa que no lleve sal, como las patatas.  Eso sí, las patatas eran de las buenas, de las de verdad.  Pasa el rato.  Ya he terminado mi hamburguesa.  Salgo de restaurante camino del coche a buscar un cigarrillo.  De regreso me dirijo al supuesto encargado:

-          En realidad esperaba algo más que una ensalada tonta de bolsa o una hamburguesa sin sal.  Por cierto ¿Se ha fijado en que mientras yo ya he acabado de comer mi señora todavía no tiene la comida en la mesa?

-          Ahora  mismo voy a la cocina a comentarlo. 

Nunca más volvió.  No era el encargado.  Además se pasó toda la noche de espaldas al comedor.  En ningún momento vió nada de lo que allí ocurría.

Cuando ya no queda ni rastro de la pallarda llega por fin el steak tartar, al rato su guarnición.  ¡Por Dios, más patatas fritas!

A mis espaldas se sienta el encargado, el jefe por fin.  Se dejan oir algunos comentarios.  Seguimos esperando alguna explicación.  Aquí no pasa nada.  Ni postres ni café.  La cuenta por favor.  ¿Segunda oportunidad? Lo dudo
nota: El precio de la hamburguesa se apareció con un descuento del 50%

8 comentarios:

  1. O usté o los paises catalanes tienen un serio problema con el descorche. Recuerde si no la aventura del cava en la taberna del inmortal.

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  2. Oyta duda: en el sitio ese no tienen más que solomillo? qué hacen con el resto del bicho?

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  3. impresentables, ja que em teoria haurien de ser profesionals.
    Sort que no tots són així.
    Salut

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  4. La verdad es que cada vez, en más sitios, el servicio deja mucho que desear. No hace mucho fui a comer a un sitio de tapas (muy buenas, por cierto), en el que pedimos lo clásico: bravas, pulpo, esqueixada, queso, jamón, etc. Después de insistir durante toda la comida (casi una hora y después de haberlo comido todo), nos traen el jamón....Un mínimo de orden, por favor!! Y lo de abrir la botella entre las piernas, lo más.
    Un abrazo chef!

    Carles Albert

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  5. ui, sembla un conte de por, tan fosc i amb aquests personatges pul·lulant pel lloc!
    jo de tu diria el nom sense manies, per si pot ajudar algú i evita que el clavin així. a mi no m'hi veuran pas perquè no freqüento la zona alta de barcelona, sóc més aviat de barris baixos ;-)

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  6. justo esta mañana en una terraza aqui en zamora hemos estado comentando el servicio..no es ahora en tiempo de crisis,como dicen,cuando mas s e deberia de cuidar al maximo?yo salgo poco,y cuando salgo quiero disfrutarlo.desde luego no voy a repetir en un sitio donde con 30ª, me ponen una cerveza donde podia echar unos fideos...

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  7. Creo que es bueno que los comensales sepamos el nombre y que si vamos seamos conscientes de lo que nos podemos encontrar.

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  8. Pues no, anónimo, no es bueno publicarlo y hacer saña.

    Es rico explicarlo en clave de humor, sano incluso. Sí creo que es bueno comentarlo, de viva voz, a la gente cercana y de confianza.

    Esto no es el cadalso, más bien es un cabaret donde prima el humor, a veces sarcástico, otras irónico e incluso canalla.
    Saludos.

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