miércoles, junio 26

Gastromimix en la Revista Avianca

Mi muy querido amigo Xesco,

A la espera de que usted me informe personal y verazmente del canapeo plus canalleo ocurrido en la presentación de "nuestro" libro 365bcn, le presento el artículo con el que un servidor ha debutado en los medios escritos colombianos.

Sin más, sin menos. Le mando a usted abrazos de altos vuelos.



LA MESA EXCÉNTRICA
El primer restaurante en el sentido moderno del que se tiene noticia abrió sus puertas en París en 1765, hecho que recoge hasta la mismísima  Enciclopedia Británica. No es de extrañar que el significado de un lugar público para comer y la palabra para designar dichos establecimientos sea, con muy ligeras variantes, la misma en castellano, inglés, francés, danés, holandés, polaco, ruso y rumano, entre otros idiomas.

En la calle Des Poulies, en aquel París de 1765, un mesonero apellidado Boulanger, abrió una casa de comidas y colocó un letrero a su puerta en el que se leía en un latín de más que dudosa pureza: “venite ad me omnes qui stomacho laboratis et ego restaurabo vos” (“venid a mi casa hombres que tenéis el estómago débil y yo os restauraré”). La frase tuvo éxito y desde entonces las casas de comidas pasaron a llamarse “restaurantes”, y los cocineros “restauradores”. El Dictionnaire de Trevoux de 1771 ya define a estos profesionales como “quienes poseen el arte de hacer verdaderos caldos restauradores y a vender toda clase de platos delicados y saludables”.
A buen seguro, ninguno de los siguientes personajes restauró su estómago en las mesas de Monsieur Boulanger, ni de sus correspondientes coetáneos, pero sí que merecen un puesto de honor en la cabecera de las mesas gastronómicas más excéntricas de la historia, de sus manteles y de las grotescas maneras de restaurar sus respectivos estómagos.
Grotesco derroche romano
El emperador romano de procedencia siria Vario Avito Basiano (205-222), coronado a los catorce años con el nombre de Marco Aurelio Antonino, aunque más conocido con el sobrenombre de Heliogábalo, se jactaba de no haber bebido nunca dos veces en el mismo vaso, y en cuanto al lujo y derroche de su vida, se entiende que todos ellos eran de oro y plata.
Sus banquetes eran pantagruélicos y cada uno más extravagante que el anterior. A uno de esos banquetes invitó a ocho jorobados, ocho cojos, ocho gordos, ocho esqueléticos, ocho enfermos de gota, ocho sordos, ocho negros y ocho albinos. Durante el banquete no reparó en gastar bromas continuas y de diferente gusto a sus invitados. A la hora de los postres, cuando ya todo el mundo se hallaba bastante afectado por la bebida, el emperador mandó cerrar las salidas del comedor e hizo soltar una manada de fieras salvajes a las que previamente había hecho arrancar los dientes y las garras. Tal extremo lo desconocían los aterrados comensales, así que imaginen ustedes mismos las grotescas  reacciones de aquellos peculiares grupos de a ocho y las histerias de los propios invitados glotones.
Felinos y refinados catadores
Según cuentan sus biógrafos, Armand Jean du Plessis, más conocido como Cardenal Richelieu (1585-1642), era gran aficionado de los gatos. Además de profesarles amor, los utilizaba para catar su comida y librarse de cualquier posible veneno. Dispuso en su palacio una estancia acondicionada para su especial crianza y cuidado. Allí, los cuidadores alimentaban a los felinos con paté de pollo dos veces al día. Al morir el cardenal, legó una pensión para el sostenimiento de los gatos y de sus cuidadores.
Café largo, muy largo
Un gran bebedor de café fue el rey Federico el Grande de Prusia (1712-1786), que solía tomar grandes dosis de café preparado con champán, en vez de con agua. Menos sofisticado en sus gustos, pero también mucho más constante y enardecido fue el sabio francés François Marie Arouet, Voltaire (1694-1778), del que se dice que era tan aficionado al café que bebió unas cincuenta tazas al día durante toda su vida de adulto, que por cierto duró hasta los ochenta y cinco años de edad. No sería raro pensar que si alguien le hubiera prohibido tomarlo hubiese reaccionado como el sultán otomano Selim I (1467-1520), del que se cuenta que hizo colgar a dos de sus médicos por aconsejarle que dejara de tomar café.
El hombre mantequilla
Gaspar Balaus fue un gran orador, médico y poeta del siglo XVII. Un misterioso día su glotona mente lo traicionó y a partir de entonces se creyó hecho de mantequilla, por lo que eludía cualquier fuego o fuente de calor por miedo a derretirse. Un día muy caluroso y tras una larga temporada de sufrir tan láctea angustia, se despertó con la sensación de fundirse. Así pues, solucionó arrojarse de cabeza a un pozo y murió ahogado.
Macabra sazón
El cirujano real inglés Henry Halford practicó la autopsia del rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649) en 1813, casi doscientos años después de que el monarca fuera decapitado. En el transcurso de aquella autopsia, Halford se quedó con la cuarta vértebra cervical, que había sido cortada por el hacha del verdugo. Durante los siguientes treinta años sorprendía a sus invitados utilizándola como salero. Sin embargo, tal práctica llegó a oídos de la reina Victoria que, no muy satisfecha con el humor negro del cirujano, mandó enterrar la vértebra con el resto del cuerpo del monarca.
Estómagos blindados
El ciudadano francés Michel Lotito, nacido en 1950, es conocido en todo el mundo como Monsieur Mangetout, por ser capaz de ingerir y digerir vidrio y metal sin mayores problemas. Los médicos que le han examinado creen que es capaz de digerir 900 gramos de metal diarios. Desde 1966 se ha comido, delante de testigos, cosas tan variadas como 10 bicicletas, 1 carrito de supermercado (en 4 días y medio 7 televisores, 6 lámparas de techo y 1 avión ultraligero.
Aún así, Monsieur Mangetout no fue precursor en este tipo de dietas. El 16 de marzo de 1956, la policía japonesa detuvo a Hideo Minegishi acusado de robar un gran número de botas, fundas de cámaras fotográficas, cubiertas de bicicleta y otros objetos de caucho. Este gourmet nipón los robaba para comérselos. Al parecer, según su confesión, comenzó a comer este tipo de artículos en su infancia, pero su afición se vio acrecentada tras sufrir una crisis emocional. Entre sus más comentadas hazañas gastronómicas estuvo la de que, en cierta ocasión, provocó un accidente ferroviario al comerse las fundas de goma del freno de aire comprimido del tren en que viajaba.
Lo que nunca quedó documentado es la cantidad de sal de frutas y antiácidos que francés y japonés tuvieron que ingerir tras estas pesadísimas comilonas.
Bibliografía:
El libro de los hechos insólitos, Gregorio Doval
Cuento de Cuentos, Nestor Luján
Historias Curiosas de la Gastronomía, Lilian Goligorsky

martes, junio 25

Canes y felinos de morro fino


Querido amigo, compañero perpetrador del blog y, desde hace unos días, coautores usted, un servidor y otros tantos gastrofrikis, de un librico que recopila nuestras recomendaciones gastroliterarias. Felicidades de ida y vuelta.

Leo y veo, con envidiosa alegría, que goza usted de buena salud dominical para cuanto esmorzar de forquilla se le ponga por delante. Yo por aquí sigo descubriendo tentadoras frutas, ingredientes sorprendentes y platillos pantagruélicos que le iré contando en breve.

Por contra, este país de grandísimos contrastes sociales me ha llevado a descubrir una “culinaria” que, si bien mis neuronas publicistas podrían entender (bisnis is bisnis) o incluso defender (mecagonelmarketing), mis neuronas cocineriles no.

Bleda y Chufa
Usted sabe de mi gran devoción perruna. También sabe de mis jovenzuelas gatas, Bleda (en honor al nuestro querido MVM) y Chufa. Pero en ningún momento me veo oficiando en los fogones para ellos, ni para ellas, ni para ningún animalesco comensal (los animalescos comensales de traje y corbata que usted y yo conocemos son caso aparte). Pues bien, resulta que en Bogotá existe una pastelería donde los perros pueden ir a comer galletas, tortas o panes con productos naturales; o mejor dicho, los dueños a comprar fruslerías para sus mascotas.

No sé si se convertirá en fructífero negocio pero, lo que si le cuento amigo mío, es que en Bogotá existe una ingente cantidad de canes. Tantos, que existe el “oficio” de paseador de perros, eso sí, con menos glamour que en Miami o Rodeo Drive. Tantos, que uno encuentra establecimientos veterinarios en la misma proporción que bares en Santa Coloma de Gramenet, y le recuerdo a usted que aquí, en la capital, somos 8 millones de habitantes.

En la carta encontrará usted torta de manzana o de banano, hasta una de pollo, queso y espinaca. Y así hasta 20 productos elaborados con pollo, carne, verduras y frutas.

En fin, la historia nos cuenta que no es el primer caso, ni será el último en el que se consiente al paladar de las mascotas como si del buche de Alexandre Balthazar Laurent Grimod de La Reynière se tratara. Seguro que recuerda usted los patés con los que se alimentaban los gatos del Cardenal Richelieu o los banquetes a los que asistía Incitatus, el caballo predilecto de Calígula, equino que además fue nombrado cónsul y corregente de Roma.

También los anuncios nos muestran, desde hace ya algunos años, a perros y gatos siendo servidos cual restorán estrellado, con carta y todo, oiga usted. Estoy seguro de que Get Jiro no dudaría en descabezar por partida doble, a dueño y mascota, si se acercan a su barra para ordenar un par de California Rolls para llevar.

Lo siento mucho pero no. No me encontrará usted comprando unos muffins (a.k.a. magdalenas) o unas cookies (a.k.a. galletas) para consentir a mis gatas o para premiar a los nueve perros que campan a sus anchas por el condominio familiar. Animales todos a los que un servidor adora con generosa alma gourmand, pero que se alimentan a base de pienso industrial y que, de vez en cuando, hago gozar de guarnición con los restos óseos de la carn d’olla o con las verduras de un caldo dominguero.

Abrazo de perro canalla y gato de callejón.
Pantxeta

sábado, junio 15

Teatro y gastronomía en tres actos

Sainete: bocadito delicado y gustoso al paladar.

Zarzuela: especialidad de la cocina marinera, con su origen en Barcelona.

Entremés: cualquiera de los manjares, como encurtidos, aceitunas, etc. que ponen en las mesas para picar de ellos mientras se sirven los platos.

Farsa: mezcla de elementos crudos o cocidos que se utiliza para rellenar diferentes viandas.

El teatro pareciera tener más cosas en común con la gastronomía de lo que jamás hubiese pensado. Eso me pasa por no detenerme a pensar con pausa. Han ido apareciendo lentamente es la biblioteca de Gastromimix algunos ejemplares de obritas teatrales que me apetece compartir, algunos por viejos y otros por bellos. De esta manera, además, me entretengo curioseando  un poco en cada uno de ellos, casi siempre de manera superficial. Es pura curiosidad, una manera de catalogar y documentar la biblioteca como otra cualquiera.

Estas tres pequeñas obras, pertenecientes al Género Chico, tienen en común algunas características. Son cortas y con la voluntad de entretener, como los aperitivos. Están pensadas para pocos personajes y ambientadas siempre en Madrid, época actual, aquella época. Algunas musicadas, otras no, cantadas o bailadas. Obras en las que siempre hay una lectura moral de fondo y no falta nunca el humor.

Se abre el telón

Mi cocinera
El primero en llegar fue “Mi Cocinera”, un juguete cómico en tres actos de Tristán Bernard (1866-1947). Publicado por Talia, una revista quincenal de obras teatrales dirigida por Cecilio Luna, fue estrenado en el Teatro Infanta Isabel de Madrid el 22 de marzo de 1927. La adaptación al castellano se la debemos a Antonio Fernández Lepina y Federico Reparaz (1869-1924). 16 personajes. Ambiente Belle Epoque tardía.
Carlos, el colega de Augusto, frecuenta el Maxim’s y el Pidoux (1922). El Coronel Quintanilla es el primero que habla de Regina, la cocinera. Se refiere a ella como la mujer que se dedica al arte culinario en su casa y nos la presenta de esta guisa: “Regina es la dama que espera en la cocina de mi casa el momento de pasar al salón

Telón rápido.

A este juguete cómico le siguió La Cocina, La Afición. Madrid, 1916

La Cocina
Obra de Antonio Ramos Martín (1885-¿?). Escritor, autor teatral y libretista de zarzuela. Esta breve pieza fue musicada por el célebre D. Rafael Calleja Gómez. Tirando del hilo me he tropezado con su nieto Emilio Calleja quien me comenta que este sainete lírico fue estrenado en el Teatro Apolo de Madrid el 26 de junio de 1912 y en Barcelona el 16 de agosto, en el Tívoli.

Las escenas en las que los personajes hacen referencia a asuntos del yantar son numerosas, así como el número de manjares mencionados: chocolate, mero, un zoquete de pan,  orujo, almondiguillas, patatas, judías verdes, leche, manteca, corazón para el gato, fideos, ajo, perejil, aceitunas, salchichón, …  


Algunas frases sueltas como “el mero era una verdadera porquería y el estofado de por la noche no lo pudimos comer”, cuando Clotilde dice: “Y usted, Encarnación, tenga cuidado de que la comida no cueza a borbotones”, y la misma Encarnación cuando dice: “voy llevarle la carta al pollo, que la estará esperando” bien podrían ser dichas o escritas mañana mismo. Rabiosa actualidad.

Música en la orquesta y telón.
La Sopa Boba

Y el último en llegar fue "La sopa boba" de Antonio Paso, padre e hijo. Obra estrenada en el Teatro de la Comedia de Madrid el 25 de octubre de 1927. Publicada en la colección semanal "La Farsa", del director Valentín de Pedro (Rivadeneyra), que todos los sábados salía a la venta. 17 personajes en la fábrica de galletas y pastas para sopas que posee D. Aniceto Perdigón.
Unos pocos garbanzos, unos vales para sopa de pasta a elegir, chuletas, pescadilla, pollo y aceitunas. 

De la fábrica salen sopas de letras, variadas o de una sola inicial. Galletas María y galletas Paciencia, de las duras, lo que se dicen duras y bizcochos de soletilla. Fideos cabello, fideos de monja, macarrones, estrellas y perdigones. A todo ello Don Aniceto confiesa que precisamente en su casa no se come nunca sopa. "Si se comiera, sabiendo yo cómo la hago, menudo primo sería".


Sopa boba: la que se hace con pedazos de pan o bizcochos mojados en vino con azúcar y canela, aunque puede hacerse también de otras cosas. (RAE 16ª).

Telón. Fin del juguete.

Fuentes:
Escritores y editores en la Restauración canovista: 1875-1923 Pedro Pascual. Ed. de La Torre, 1994.
Larousse gastronomique en español. Éditions Larousse, 2004
Diccionario de la Lengua Española. 16ªed, 1939

martes, junio 4

Un dia en Cantonigròs

Estimado amigo del fogón:

Vengo hoy a relatar nuestra última escapada familiar. Un día cualquiera de asueto en buena compañía y con buenos recuerdos.

Le cuento. Cantonigròs es una popular villa situada al este de la comarca de Osona, entre Vic y Olot. Conocida principalmente por organizar un prestigioso Festival Internacional de Música que alcanzará en Julio su edición número 31. Este año, Dios mediante, acudirá desde Bucaramanga la Coral Gustavo Gómez Ardila. Pero para mí era sobretodo un recuerdo de infancia, de excursiones familiares a la montaña o de colonias escolares, no logro recordarlo con claridad. En adelante tengo otros motivos para volver a visitar “Cantoni”.

La Señora Dolors
Llega el domingo, que para nosotros es como si empezase el fin de semana. Terminamos el servicio en el restaurante, preparamos los bártulos y nos vamos de excursión. Carretera y manta. En una hora aproximadamente nos presentamos en L’Esquirol - Santa Maria de Corcó. Allí nos esperaban para alojarnos en el Hostal Collsacabra, un lugar familiar, acogedor, modesto y sobretodo adaptado a nuestros bolsillos. Siempre decimos lo mismo: total, para dormir, mientras esté limpio ya está bien, no pedimos mucho más. No es lo mismo pasar una temporada de vacaciones o por trabajo que descansar una noche para levantarse ya en el destino, o cómo mínimo, muy cerca del mismo.

Aquí lo difícil, dificilísimo, fue encontrar un lugar para alimentar nuestros hambrientos estómagos. No conseguimos dar con ningún establecimiento de los recomendados por amigos. Un domingo por la noche aquello parece una población fantasma. Nos desplazamos hasta Manlleu y en la plaza Mayor, en el restaurante Les Voltes, conseguimos avituallamiento. Unos platos combinados que con el hambre que traíamos no vieron obstáculo alguno ni recibieron crítica ninguna. Está claro que cuando hay hambre y poco dónde elegir, menos es más. Cena y paseo nocturno. De vuelta al hotel nos esperaba un bien merecido descanso tras una larga jornada laboral.

Lunes de buena mañana. Desayuno en cafetería, dos buenos bollos  y otros tantos cafés. Gasolina para el cuerpo y dirección a Cantonigròs. Nuestros amigos de Terrassa, “los cuinetes” pasan allí algún fin de semana y un buen trozo del verano pero los lunes no. Claro, los lunes trabajan, que son gente con un oficio normal y no hosteleros. Tenía ganas de comer en Ca l’Ignasi (Osonacuina) pero una llamada telefónica antes de salir de casa ya me advirtió que los lunes no tenía el restaurante abierto. En fin, nosotros a lo nuestro. Nada más llegar a la villa nos dirigimos al centro, allí está la Fonda, la tienda de Can Colom y el bar. Acopio de víveres, a saber: un licor de queso que me recuerda a las hierbas mallorquinas, dulce y con especial protagonismo del tomillo; una longaniza de medio metro, unos quesitos de la zona, de vaca, oveja y cabra, un lomo curado tierno y una sobrasada. Quedamos en recoger el paquete al regreso de nuestra excursión. Un poco de agua y nos vamos de paseo.
La Foradada

Junto al campo de fútbol hay un sendero que lleva a La Foradada. Un pequeño salto de agua, una poza, un riachuelo y muchas piedras. El descenso no lleva más de veinte minutos y se puede hacer fácilmente con niños, a la pequeña le costó más bajar que subir, como viene siendo normal. Animalitos no faltan, un buen número de insectos, coleópteros, batracios y reptiles varios. Mucha piedra, pero mucha oiga. Estupendo ejercicio para abrir el apetito y quemar las calorías del plato combinado de anoche. Una sudada del 15. Fuente, choco-choco, cambio de camiseta y a comer. ¿Dónde? Ni se sabe. Primero pasamos de nuevo por la tienda a recoger nuestro paquete. Con la dueña de la casa hicimos buenas migas y nos sentamos a charlar en la puerta de su casa, tomando el sol y compartiendo historias de la vida. Momentos para regalarse y que se extienden en el tiempo tanto como uno quiere. La Dolors es una gran señora y un encanto de mujer, a sus años emana sabiduría por todas partes.

Una llamada a los de Terrassa nos acerca a Ca l’Ignasi.  -Llamad a la puerta, que está haciendo de jardinero un poco y os recibirá-. Dicho y hecho. Nos acercamos a la iglesia, junto a ella está Ca l’Ignasi y la versión crossover de su cocina, Ca la Laia. Regando hierbas aromáticas y fresones, persiguiendo topos, nos dice. Antes el agua se quedaba, pero ahora marcha que da gusto, estos pequeños mamíferos están haciendo de las suyas. Luego volveremos al jardín a vermutear un poco, eso si, con sifón.

Auténtica, de Sentmenat
L’Ignasi nos explica la necesidad de abrir Ca la Laia como segunda marca de Ca l’Ignasi. Todo sale desde la misma cocina y de las mismas manos. El servicio es distinto, no se sirve el vino ni se cambian tantos cubiertos, la mantelería es otra y la oferta es también distinta. De todos modos, no faltan los clientes que quieren el solomillo de Ca l’Ignasi y un vino de 30€ pero servido en Ca la Laia, parece que ahora no se lleva eso de ser visto en “el caro”. El comedor de Ca la Laia me encantó, de rústico coloreado y lleno de cosas de otros tiempos pasados, solo hay unas cortinas de Ikea -apunta l’Ignasi-, el resto ya estaba por aquí. Una cuidada restauración, buen gusto y mucho trabajo para ponerlo en marcha. Continuamos la visita por los comedores de Ca l’Ignasi.

Una mesa imperial, larga como pocas, que puede acoger hasta una treintena de comensales. Alrededor y en las paredes, bien dispuestos y ordenados unos cientos de libros, muchos libros, se lo aseguro. Casi tantos como usted y yo juntos. Unos están bajo vitrina, bien protegidos, otros no. Los primeros son el legado de un ilustre estudioso de la cocina, los otros, al alcance de la mano.  No digo quién fue el antiguo propietario de los libros porque no estoy autorizado pero esos libros están aquí, en manos de un particular y no en Alicia ni en la BulliFundation como bien podíamos suponer. Todos ellos acompañan la visita del cliente. Usted se volvería tarumba entre tanto libro, me juego el gaznate. Sólo ese descubrimiento bien vale la visita.
Después anduvimos por la cocina, preciosa, una cocina con un horno de leña giratorio que hace unas cosas maravillosas, la brasa y un buen piano. Visitamos las entrañas, el almacén y las golfas. Allí estaba Laia, la mujer de l’Ignasi, pintando y barnizando sillas y persianas. El restaurante está cerrado pero siempre hay cosas que hacer.

Al rato de conversación nos agasajaron con un vermut, del que beben los del pueblo, recio, licoroso y auténtico. A los chicos un poco de gaseosa de las de antes. Le dimos vueltas a los negocios, arreglamos el mundo poco más o menos y nos marchamos con ganas de regresar pronto a esta casa. Se hacía tarde para ir a comer y una revolución se estaba fraguando en los estómagos de los más pequeños.

Desde el Santurio
Continuamos por la carretera dirección a Olot, a unos kilómetros encontramos el desvío al Santuario del Far y allí nos quedamos a comer: macarrones, caracoles, pelotillas con sepia… Cocina casera bien puesta, brasa, embutidos y lomo rebozado. Un placer. Las vistas desde el santuario son espectaculares. Nos queda tanto por descubrir y tan cerca de casa…

A más ver, querido amigo

Q.B.S.P.


Xesco