Le pedí a Oriol Lagé Altés que me hablase de los mercados y así fue:
Como la cita del cerdo ibérico, “a mi de los mercados me gusta hasta los andares”, porque los mercados están vivos, se despiertan, respiran, escuchan y se dejan escuchar, se mueven constantemente, son pueblos dentro de grandes ciudades, son órganos vitales de estas urbes tan estresadas y que cada vez más parece que miren hacia fuera y no se cuidan por dentro. Sin los mercados nuestra manera de vivir seria otra, no tendríamos la maravillosa memoria de nuestros abuelos, recuerdos impagables de cómo compraban verduras a las payesas que aún olían a tierra fresca, del vendedor de patatas que explicaba refunfuñando que este no había sido un buen año para la cosecha, de la mezcla de olores que casi podías ver a través de las historias que nos contaban y lo mejor de todo, en pleno invierno, con pantalones cortos y gorrito de lana, acompañar a la abuela a hacer la compra diaria al mercado del barrio, si, digo la compra diaria porque al mercado se iba casi cada día, a comprar, pero también a encontrarse con la señora Maria en la pescadería, con el señor Juan en la carnicería y tu callado escuchando, oliendo, mirando un sinfín de imágenes casi caleidoscópicas que te hipnotizaban. Haber vivido estas experiencias quizás explica nuestra pasión por la cocina, no solo por los fogones, sino por los productos, yo puedo decir con voz bien alta que un buen tomate me enamora, que una lubina fresca me hace saltar el corazón, que cuando huelo un jamón ibérico se me saltan las lágrimas.
Todo esto forma parte de nuestra historia y quién pierde la historia pierde la identidad. Es una pena que por querer ponerse a la vanguardia de las fashion cityes tengamos que renunciar a parte de nuestras raíces. Nos gusta presumir de ser la ciudad con el mejor mercado del mundo (la Boqueria) y de que nos sirve que el 80% de los visitantes solo estén para sacarse la instantánea con el producto más exótico. No nos olvidemos que hay mucha gente que come gracias a la buena caridad de los tenderos de los mercados, cosa impensable en una gran superficie. Me gusta la modernidad, pero no a cambio de pagar ciertos peajes con intereses económicos bien camuflados por las instituciones. Una cosa es arreglar los mercados para que continúen con su ancestral vida y otra convertirlos en pseudo superficies carentes de vida y la naturalidad que habían tenido antaño.
Sin mar no podría vivir, sin mercados tampoco.
Y yo le escribí...
Que los mercados son lugares auténticos. De los mercados me gusta el variopinto colorido, el bullicio, los penetrantes aromas que se adueñan de los mercados en plena actividad. Recuerdo a Ketama cantando su “pasa la vida”. Soy un mirón y ahí están ellos, unos venden otros compran, reparten, reponen, otros limpian, unos turistean otros sisan, estoy en el mejor teatro urbano que se pueda imaginar., y además puedo comprar. Me gusta que me atiendan personas, de tú a tú, me gusta que me lo vendan no que me lo adornen. Quiero trato directo.
Lo más frikie son esos guiris curiosos, de paseo con calcetines y sandalias que no le dejan trabajar a uno, que molestan, estorban y hacen fotografías a todo lo que les parece exótico (Oriol Lagué, 2003, no publicado). Además no compran, allí casi todo es alimento fresco, materia prima que no sirve de recuerdo turístico, no hay nada casi nada que se quieran llevar. Seguramente por eso han aparecido algunos curiosos puestos con el peligroso nombre de producto de la tierra o cosas por el estilo, siempre me las miro de reojo.
El ayuntamiento de Barcelona ha creado unas rutas turísticas de mercados que se puede consultar en www.mercatsbcn.com . Estos son los mercados que más he frecuentado en Barcelona: Horta, Barceloneta, Vall d’Hebró, El Carmel, Galvany, l’abaceria, Hostafrancs, el ninot, la concepción, Sta caterina, la Boquería o San Josep, Sant antoni, Guineueta... pero puede que me olvide de alguno.
Algunos los he visto antes y después de su reforma, aquí siempre me acuerdo de Pilar Rahola y su compromiso con los mercados ¿A ti que te parece? ¡Pregunta en Sta Catarina!! Yo tengo la seguridad que hay un pacto entre empresas de supermercados y mercados municipales para incluir un Super X en cada edificio que sufra una reforma. Esto en principio no acaba de gustarme, por mucho que sea en beneficio del mercado. Que tengan parking gratuito (cobrador y vendedor) me gusta más. Y mejor aún si se instalan también otro tipo de entidades, de índole cultural por ejemplo.
Hola!Soy la administradora de http://www.solo-cocina.com te recomiendo que visites el nuevo portal gastronómico en la red.
ResponderEliminarAcabamos de estrenar, pero estamos trabajando para un nuevo recetario, más vistoso, más amplio!
Esperamos verte/leerte y que participes en nuestros foros aportando tus maravillas. Entre todos nos recordaremos que la cocina es un arte que se siente dentro, muy dentro ;)
Yo recuerdo los mercados, cuando mi madre me mandaba a comprar, cuarto y mitad, de mortadela, de salchichón o chorizo de Pamplona y el charcutero me guiñaba el ojo con complicidad para que por debajo del mostrador me diera una rajita de cualquier cosa como premio, casi siempre del lado de la cuerda con su nudo y todo. Cuando te tirabas las horas muertas haciendo cucuruchos de hojas de periódicos viejos para envolver la fruta y verduras y que luego te invitaran a un mini de horchata, tras haber hecho por lo menos trescientos. Cuando había carne de ballena y decían que solo la compraban los menos pudientes, cuando los melones te hacían la cata de prueba antes de comprarlos, cuando el ciego te cantaba las coplillas en la puerta del mercado y te vendía el papelillo con los sonetos, cuando ibas con la redecilla, que así se llamaba para cargar lo que comprabas y nadie sabía lo que era el carrito ergonómico de la compra, cuando las patatas te las pesaban y te las echaban en el capacho y el aceite de oliva a granel le sacaban del bidón con la bomba de mano llevando claro está, tu propia botella y su corcho ennegrecido y lubricado. Cuando todos te conocían por ser el hijo de la Sra. Isabel, cuando ibas con pantalones cortos y a la vuelta te embobabas con cualquiera que estuviese jugando y finalmente llegabas tarde mientras que tu madre te estaba esperando para usar lo que te había apuntado en un papel de estraza o periódico con un trozo de lapicero, donde la punta la sacabas con el único cuchillo de la cocina. Para mí, eso es mi recuerdo del mercado, además del Sr. Juan, la Nati, El pirindolo y toda la fauna que habitaban los puestos.
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