martes, septiembre 27

CARTA ABIERTA DE UN (PERPLEJO) COMENSAL A LOS COCINEROS DEL MAÑANA (Y DOS)

Otra aparidión estelar ¡Desde el infinito y más allá!

Buenas otra vez, que será la última. Tras la breve y moderada introducción de la pasada entrega, vamos, si os parece, al asunto que a todos nos quita el sueño desde hace unos días: la famosa encíclica del G9, reunido en Lima para proclamar, urbi et orbe, el Santo Advenimiento en forma de cebiche deconstruido.

Mi primera intención era remedar la carta a los nuevos cocineros siguiendo su estructura, pero, ay, debo confesar mi fracaso más absoluto. El estilo del documento, cuando uno se toma el trabajo de analizarlo en plan comentario de texto, se hace tan plano,  reiterativo y deshilvanado que francamente no he encontrado por dónde hincarle el diente. Ya lo siento por la brillante mente que dio forma a la cosa, pero seguro que días malos los tenemos todos, se trata de mi humilde opinión y, qué queréis, éche o que hai.

Recurro pues a un método mucho más sofisticado –como no podía ser menos tratándose de tema de tan elevadas miras- y muchísimo más gratificante, al menos para mí: la semiótica. No os podéis ni imaginar las ganas que tenía yo de usar esa palabra en un post, pero hasta ahora no había manera de encajarla. Gracias, pues, G9, por llevarme a cumplir uno de mis mayores deseos, aunque sea de forma involuntaria y a título póstumo.

Analicemos pues el texto, no por lo que dice, sino por sus signos, por lo que se esconde detrás, y ya veréis que es posible hacer algo más de luz.

En primer lugar: ¿A quién se dirige? Pues vaya chorrrada, estaréis pensando. A los cocineros del mañana, lo dice el título. Analicemos los signos. El objeto de la cosa está constituido por un grupo al que su profesión les genera pasión y  entrega a una labor que es una forma de vida, un mundo de oportunidades que les permite expresarse libremente y hacer realidad sus inquietudes y aspiraciones, que va más allá de la búsqueda de la felicidad, y que constituye una poderosa herramienta de transformación que puede cambiar una parte sustancial del  mundo  y contribuirá a una sociedad más justa, solidaria y sostenible. Todo ello escrito así, blanco sobre negro.

Dejando aparte lo hiperbólico del conjunto –repito que todos tenemos derecho a un mal día-, ¿Estamos seguros de que la gastrogalaxia y el comensal común comparten el concepto de “cociner@s? ¿Cómo casa todo esto con las muchas historias de sordidez, conflicto, angustia, limitación de recursos e incomprensión que hemos estado oyendo todos estos días de boca de muchos de vosotros, y que sin duda conocéis mejor que yo? ¿Comparte esta idea el ciudadano que entra en un restaurante, en una casa de comidas, en un figón o en una tasca esperando que le presten un servicio lo más ajustado posible a lo que solicita, tanto en su naturaleza como en su precio? ¿No será que ellos, por un lado, y nosotros, por otro, estamos usando la misma palabra con dos significados diferentes?

Aceptemos que eso es así, y que cuando todos esos señores hablan de cocineros en realidad se están refiriendo a la casta sacerdotal encargada de proporcionar a la Humanidad lo que se ha dado en llamar la Alta Gastronomía –denominación que resultaría, en mi opinión, más adecuada para una región del antiguo Imperio Austrohúngaro-, lo que, por otra parte, resulta coherente con la trayectoria personal, profesional y mediática de los componentes del Circulo Externo, y también del Interno, del tenderete BCC. El resto, presuntos lectores, sois otra cosa, y haríais mal en daros por aludidos.

Si la analizamos bajo este prisma, la declaración se convierte en un completo despropósito. Tengamos en cuenta que el target de la Alta Gastronomía –me resisto a ponerlo en minúsculas- no es el comensal, sino el gourmet, palabra bonita donde las haya y que mejora notablemente su equivalente castizo: el glotón. El gourmet/glotón sí está interesado en los discursos justificativos y en la labor social que convierte el gasto de 300 euros por un conjunto de elaboraciones culinarias con ingredientes que no justifican ni de coña el coste y una botella artificialmente sobrevalorada –de vino, pero también, para nuestra vergüenza como especie, de agua- en un ejercicio de integración en un nicho ecológico y en un diálogo con la naturaleza. Otros lo llamarían mala conciencia; yo no.

Analicemos algunos aspectos del manifiesto bajo esta mirada:

1.       La autoproclamada defensa de la naturaleza y la cocina como actividad recuperadora de determinadas –este adverbio es la pistola humeante y la prueba de que por la boca muere el pez- especies y variedades y la protección de la biodiversidad se convierte en lo que es: la justificación, por la vía de la exclusividad y el exotismo, que aporta al gourmet/glotón el sentimiento de pertenencia a una casta de elegidos.

2.       El concepto bucólico/pastoril de la actividad agraria, que pasa de ser la descarnada lucha del hombre contra la naturaleza para asegurar su supervivencia a convertirse en un florido diálogo. La referencia a la producción sostenible –repetida en dos ocasiones, por si no hubiese quedado claro-, enfocada para alimento de unos pocos, resulta todo un sarcasmo para consumo intelectual de urbanitas. La alusión al comercio justo, en este contexto y en las proporciones en las que estos individuos contribuyen, es tan humillante como lo fue el ropero parroquial de las damas de buena sociedad como remedio de la brutal desigualdad de clases del siglo XIX. Cuestiones ambas, por cierto, que comparten casi al pié de la letra con el pensamiento esloufút, al que ya me he referido en otros tiempos y suficientes ocasiones como para que me hayan echado un millón de fraternales meigallos.

3.       Si os molestáis en echar unas simples cuentas, la Alta Gastronomía como motor económico para la exportación y atracción de turistas sólo tiene, en mi opinión, interés a la hora de justificar ayudas millonarias –véase el famoso Decreto de concesión de subvención al BCC- por el morro y como leit motiv de la política alimentaria del políticamente difunto Presidente. 

4.       No me resisto a la tentación de transcribir textualmente unos párrafos que me resultan de lo más tierno: “el objetivo principal de tu profesión es ofrecer felicidad y provocar emociones”. No me digáis que no se os saltan las lágrimas, estéis o no pelando cebollas como cabrones o limpiando una campana con salfumán. O este otro: “tienes una oportunidad única para transmitir este conocimiento al público, ayudándole, por ejemplo, a adquirir buenos hábitos de cocina y a aprender a tomar decisiones saludables respecto de lo que comen”. Yo, sin ir más lejos, he empezado a apreciar las cualidades del uso del oro para mejorar mi tracto intestinal, y los clientes de uno de los sumos sacerdotes han aprendido en carne propia los riesgos de la ingesta de marisco en malas condiciones, nada menos que durante un mes seguido. Y es que no hay nada como la autoexperimentación.

En diferentes foros hemos asistido estos días al surgimiento de un monumental cabreo por parte de muchos de vosotros a cuenta de la inexistencia de menciones a las durísimas condiciones de trabajo o a la pelea diaria para hacer mínimamente solvente vuestra actividad diaria contando con recursos escasos. No se lo tengáis en cuenta: cuando la peña se pone a levitar resulta inevitable que se pierda un poquillo la perspectiva.

Y con esto ya he dicho todo lo que tenía que decir, como humilde y perplejo comensal. Sólo me queda completar el parto con unas pocas palabras como pequeño empresario de un sector diferente al vuestro, pero que en precrisis podía presumir de una plantilla  como mínimo igual en número y cualificación a la de la mayoría de los miembros del Sínodo de prelados de la Alta Gastronomía. Sólo dos cosillas: Una, que quien utiliza un lenguaje ampuloso sobre formación, transmisión de conocimientos, búsqueda de nuevas fórmulas o reflexión creativa para, pongamos, esconder prácticas como la explotación de jóvenes con o sin beca en precarias condiciones laborales o resolver disputas societarias bordeando el alzamiento de bienes es, pura y simplemente, un miserable. Y dos: como viejo profesional, he aprendido a desconfiar radicalmente de quien ejerce de estrella si es, por ejemplo, arquitecto y  no es capaz de usar un programa de CAD, ingeniero y no se embarra en una obra, o cocinero y dedica su tiempo laboral exclusivamente a la investigación, a contarnos cómo va a arreglar el mundo o a aparecer en los medios. Claro que yo nunca llegaré a estrella.

Nada más, amigos. Hasta siempre, y procurad ser felices y sobre todo decentes.

3 comentarios:

  1. Muy buena Xesco!
    Y esto es solo por el BCC, todavia no salio a la luz el tema de la Fundación del Bulli.

    Por suerte somos un montón de cocineros que no levitamos y con los pies en la tierra intentamos hacer que los comensales sonrían, con los medios y oportunidades que tenemos.
    Si Josep Pla resusitara se le atragantaria una esferificacion de G9.

    Fuerza Cocinetas!

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  2. Creo que esta carta da una visión bastante completa de la opinión de Esedidió sobre todo este universo. En algunas cosas hemos discrepado, pero no en lo fundamental: hay mucho negocio (eso en si no tienen nada, pero nada, de malo) y mucha gastromonserga (aquí sí que pinchamos en hueso).

    Yo por mi parte, que soy de discurso algo más simple diré que de esa declaración sobre todo me faltó la exigencia de la mejora de las condiciones laborales de los cocineros y stagiers.

    Y lo curioso es que no me di cuenta hasta que se lo leí al pingue en el post que teneis aquí en la columna de la derecha.

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  3. Obiamente es mi visión. En cuanto a la falta de referencias a las condiciones de trabajo, a mí no me llamó la atención, por la misma razón que no me sorprende que la CEOE no llame a la huelga general: también jodería.

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