Una vez más y siempre que sale una nueva edición de la afamada y pantagruélica Guía Michelín, antes de carreteras y ahora tótem gastronómico, nuestros críticos y periodistas más inquietos ponen de nuevo el grito en el cielo, un clamor. Una vez más este año y no podía ser menos, todos se lanzan a la brecha. Parece obvio que siempre sale alguien perdiendo en esto de las puntuaciones mientras que sólo algunos ganan y “es injusto”, lo he leído en algún medio de comunicación, este o aquel otro no lo merecía o sí y no se atreven. No sé si la crítica es demasiado cauta o está carente de juicio, pero lo cierto es que pocos parecen estar satisfechos con los resultados de manera que nunca contentos andan siempre a la gresca sembrando polémica y generando duda. Después ellos mismos y como si de La Biblia se tratase, con la guía en la mano, organizan sus excursiones gastronómicas nutriéndose de cuanto algunos restauradores plasman en sus casas.
Si bien es cierto que algunos lo hacen con más o menos juicio y tino, otros desbordan imaginación, técnica y conocimiento a raudales. Ofrecer un excelente producto no es actualmente tarea sencilla y sólo por eso ya merecerían un premio. Hacerlo siempre y de forma constante es admirable. Y sorprender, lo que se dice sorprender sin caer en la banalidad es tarea de sabios, de iluminados creativos muy atrevidos.
En mi opinión, no desmerece nada una casa el hecho de mantenerse fiel a la tradición o al clasicismo tratándose de alta cocina y así es como nos encontramos con algunos restaurantes estrellados o con estrella, como se quiera decir, que no se desprenden de ella ni por casualidad, o bien tardan muchos años en perderla o no lo hacen nunca aun mereciéndolo. La faena bien hecha tiene su recompensa digo yo, pues también se vive del pasado, de la trayectoria realizada, de la opulencia, del mal entendido lujo, del rédito. Y los otros, a los otros, los eternos aspirantes se les mira más aún si cabe, se les exige más, claro que sí. Aquí, lo difícil es llegar, mantenerse también, pero no tanto como algunos dicen y pienso que debiera ser. Años y años de buen quehacer, de vanguardia bien expresada, argumentada, elegante y con compromiso no parece suficiente expresión para el estrellato, un desánimo para muchos y una prueba de fuego para los más. ¡Qué paciencia!. Todo llega con la madurez, actualmente no parece posible un firmamento lleno de jóvenes estrellas y es que nunca fueron tan de la mano madurez y vanguardia por extraño que parezca. Una vez más La Michelín para bien y para mal se erige en moderadora de tendencias.
No merecen comentario, o si, las aberraciones que con más frecuencia de la deseada encuentro en los restaurantes del “quiero y no puedo” (pero lo cobro). Sin honestidad ni un criterio inteligente están sembrando de mala fama la ya de por si lastimada y maltrecha alta gastronomía. Un desperdicio de tiempo, dinero y atención.
Y mi admiración no es únicamente para los estrellados con estrella o estrellas en su bolsillo, en sus casas y afamados restaurantes. Mis felicitaciones son sobretodo para todos aquellos que desde hace ya unos cuantos años no quieren saber ni una palabra de estrellitas (Alain Senderens). Ellos a sus fogones y al mercado, a cocinar con amor y sentido común. No son mediáticos pero en sus casas se come exquisito, de lujo. Salen en las guías si, pero sin la batalla de las estrellas. Ellos pertenecen al lado oscuro. Pero claro, con una estrella aumenta la facturación del negocio. “Poderoso caballero es Don dinero”.
Hasta ahora siempre he pensado que las estrellas michelin se canjeaban por euros.
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