domingo, abril 28

Donde Leo

Querido gurú de los esmorzars de pagés, pope de los desayunos dominicales, cardenal de los esmorzars de forquilla, hechicero de arroces, alquimista de croquetas.

 Un servidor se despierta con la pereza de domingo nublado. Los pies medio sonámbulos lo arrastran por una nueva casa recién estrenada. El cuerpo choca contra esquinas todavía sin memorizar, confundiendo aquellos giros en el ático de Barcelona con estos antiguos muros de adobe bogotano.

Mis neuronas se agitan con la segunda taza de café y los leo, a usted y a nuestro generoso Starlet, gozando de unas croquetas de callos que adivino divinas. Que me saben a distancia y a madrugadoras mañanas soleadas en Castellbisbal. Que me dejan el regusto de los caldos tintos de su terruño bebidos muchísimo antes de que Lorenzo alcance su cenit. Que me sacan una socarrona sonrisa recordando las herejes compañías de la Zero y de los cafesesconleche. Que me provocan salir de casa tras un dominical aguacero bogotano con un solo objetivo: venganza.

"Y comemos hasta que el alma se eleva en suspiros y se renuevan las virtudes más recónditas de nuestras aporreadas humanidades, mientras aquella sopa bendita se nos mete en los huesos, barriendo de un plumazo la fatiga de tantas pérdidas acumuladas en el viaje de la existencia y devolviéndonos la sensualidad incontenible de los veinte años" Carmen Balcells


A tres cuadras de distancia se encuentra el Piqueteadero de Doña Leo. Mujer chiquita, prieta, de eterna sonrisa y de abrazo hercúleo. Doña Leo trabajó para el Abuelo en una época de solemnes recepciones y de rumbas descrestadas que reunían a artistas, a cónsules, a bohemios, a presidentes de la República y hasta a Joan Manuel Serrat. El hijo de doña Leo nos enseñará, luego del condumio, los álbumes familiares que lo atestiguan. Doña Leo ha cuidado de sus propios vástagos y de los de medio barrio, Julia incluida. Finalmente, doña Leo dejó el servicio para otros y montó cuatro mesas donde oficia, desde hace ya unos lustros, a punta de trinchante y a filo de cuchillo.

No hay carta. La cosa es bien sencilla. Para empezar cerveza bien fría. Seguimos con caldo con cebada perlada. El apellido del caldo, pollo o costilla de res, se sirve en plato aparte con una generosa tajada de aguacate y ají a discreción. Para acabar, un picada que doña Leo trincha a velocidad de matarife y sirve sobre una cestita cubierta con papel para absorber el exceso de grasa. Morcilla, longaniza, hígado, oreja, chicharrón, maduro y papa criolla. Observará usted, querido Xesco, que he intentado echarles de menos lo mínimo y que mi venganza la he tomado calentita y pecaminosamente capital.

Estos piqueteaderos podría usted compararlos en Barcelona con las pequeñas tascas de barrio. Esas de las que tanto nos gustó disfrutar solos o en fieles compañías. Esas que tan rápido están desapareciendo. Esas que saben de fogones humildes. Esas que lucen cazuelas y ollas curtidas a guisos. Esas en las que el protagonismo está en el plato. Esas en las que uno debe mojar pan y mancharse la camisa.

Vuelvo a casa caminando feliz. Con las tripas restauradas y la añoranza desterrada en aquella cestita de picada. Sólo queda tomar un roncito (ronssssito) a palo seco frente a la chimenea y esperar que usted, excelso gamberro del paladar, vuelva a perpetrar una nueva gastrorgía dominical al alimón del escudero Starlet.

Reciba usted esta golosa venganza acompañada de un enorme abrazo sudacatalán.
Pantxeta

1 comentario:

  1. Ay! Don Pantxeta!
    Tomo nota de su espontánea y natural venganza.
    Qué risueño me tiene usted entre humildes almuerzos y prepotentes salchichones.
    A este paso presentaremos instancia para que los almuerzos de cuchara y tenedor sean elevados a Patrimonio Impalpable de la Humanidad. O como mínimo podremos convocar una patriótica manifestación para reclamar al gorrino como alimento de proximidad.
    Pido disculpas por esta nuestra disgresión que no he podido evitar y le animo encarecidamente a continuar creando ambiente. La Real Orden de la forquilla se lo agradecerá.
    A más ver Don Pantxeta, a más ver.

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