Para los que me conocen, mi amor por el marrano y por las
carnes rojas no tiene secretos. Amor incondicional condicionado por
traicioneros triglicéridos. Este mes de noviembre ha sido una verdadera bacanal
del condumio con la buenérrima excusa de la visita de unos amigos de Donosti.
El último local donde brindamos en feliz despedida fue en la
Bodega La Fama Barbecue. Hacía meses que este local estaba en mi punto de mira.
No solo por su oferta de carnes ahumadas, sino porque me parece de máxima
honestidad y transparencia mostrar lo que muestran en los vídeos de su web. Genuinos
profesionales del despiece, despieces sorprendentes, sorprendentes cortes de
carne ahumada, ahumados auténticos y auténtica gozada para el paladar.
Disfruto como un gorrino de los locales que se alejan de las
zonas típicas y concurridas. Adoro los locales con ese punto entre decadente e
industrial, donde cada detalle parece sacado de un derribo, pero que esta ahí
por un motivo, colocado con un gusto estético fuera de lo común. Aprecio cuando
me atienden, cercana pero profesionalmente. Prefiero las cartas cortas,
directas a la mandíbula y que me pongan contra las cuerdas en el primer asalto a
la hora de elegir, debatiéndome encarnizadamente entre un cuadrilátero de
propuestas, no más.
De entradas, unos anillos de cebolla y unas alitas de pollo
ahumadas. Me salvó la campana del gin-tonic de caer por K.O. en el primer
asalto. Un servidor no pudo más que defenderse a izquierda y derecha,
embaulando ora un anillo, ora una alita.
De nada sirvieron mis jabs,
para mantener la distancia con las salsas. Memorable la picante casera en un
tetero para utilizar a discreción. Ainhoa todavía se relame y la redisfruta en Donosti (gracias Nicolás).
A mi me envió a la esquina a refrescarme la salsa Crystal. Picante mas no
devastadora, avinagrada mas no hostigante, adictiva y complementaria al excelso
ahumado de las alitas.
Al segundo asalto se debía sobrevivir como fuera. Morrillo,
pecho, costillitas, cerdo desmechado, chorizos de la casa y cole slaw.
Combinación que exige ser un buen fajador, de ávida mandíbula y anchas
tragaderas. Todos los golpes de crochet,
hook y swing fueron de nivel. Pero el que me llevó a la lona fue sin duda
el implacable uppercut del morrillo.
Pura melosidad que se funde en la boca. Sabor intenso, suave, complejo. Una
gozada que recomiendo comer en primer lugar y bien caliente. A medida que se
enfría, esa maravillosa mezcla de grasa infiltrada y colágenos ya no es la
misma; riquísima igual, pero no con la misma capacidad fundente. Cervezas y
gin-tonic nos vuelven a salvar de un nocaut
técnico.
El tercer asalto duró un minuto. Smore con ganache de
chocolate y helado. Tiré la toalla. No hay gargantúa ni pantagruel que pueda
ganar un combate a los ahumados de La Fama Barbecue. Un servidor seguirá
entrenando y subirá de nuevo a este soberbio cuadrilátero, porque ya que la
parca no perdona, al menos que me pille peleando, bien comido y me lleve al infierno donde hay buen fuego
para sublimes ahumados y noble compañía de afilado colmillo.