Tal como le comento al amigo younganissa en el artículo de Gordon Ramsay, con las cosas del comer ha habido sus decepciones y sus alegrías. De las primeras no hablaré, me quedo con las segundas y su sabroso recuerdo.
Castizo ha sido el desayuno en la Chocolatería San Ginés, como dice Sara Cucala en su libro Desayunos en Madrid, del churro al brunch (RBA Libros, Barcelona abril 2008), "siglos de historia vividos sorbo a sorbo". La perfección del desayuno fue, además de la obligada combinación de chocolate, churros y vasito de agua, encontrar a los pies de la vecina iglesia de San Ginés una pequeña librería con ventanales de madera que abrió sus puertas en el siglo XIX y que hoy sigue vendiendo libros de viejo junto a una peatonal y concurrida calle Arenal. Si uno sale por el otro extremo del callejón se encontrará con la trasnochadora Joy Eslava...
Pantagruélico el cocido madrileño de la Taberna La Bola, que tal como te recuerda el sobre de su azucarillo, se sirve en puchero de barro tradicional. ¿Gazpacho en verano y cocido en invierno? Que rico sienta saltarse las reglas, dejarse invitar por la casa a sorbete de limón al cava y pasear toda la tarde por El Prado para calmar los revolucionados jugos gástricos, deleitar la vista con la serie negra de Don Francisco, alimentar el alma con Hieronymus y preparar el cuerpo para el condumio vespertino por las centenarias tabernas del Barrio de las Letras.
Impresionante el nuevo concepto de "tapas y mercado" en el antiguo Mercado de San Miguel, un lujo poder visitarlo y tapear un martes a mediodía sin la aglomeración multitudinaria de los fines de semana. Uno pasea luego por la Plaza Mayor y la disfruta con la panza feliz, los ojos brillantes y además, huye de la multitud de restaurantes para guiris aborregados que se multiplican como setas por doquier.
Mención especial se merece O cacho do Jose, en la concurrida Plaza Santa Ana. Más allá de las anécdotas que implica ser atendido por un camarero novel, y olvidando la eterna espera porque un hornillo había fallado y no pude disfrutar de mi carne de buey a la piedra al mismo tiempo que mi pareja disfrutaba de su hamburguesa; la excelsa calidad de la carne de Manuel Lameiro y la atención de Alejo, su encargado, estuvieron por encima del bien y del mal y repetimos cena durante dos noches consecutivas en una plaza donde nunca sabes donde empieza la terraza de un restaurante, donde acaba la del bar de su vecino, en que esquina te asaltará una promotora de "baresdosporuno" y donde el impresionante edificio de un hotel te tienta a visitar su "gastrolounge" y el "penthouse" con las "copasbalón" más "fashion" de MadriZZZ. ¡Qué peereezaa!
Antológico bocadillo de calamares con mahonesa en la casa de los bocadillos, Bar el Tres. Un bar que nadie se debería perder y una calle, la de Atocha, que nadie debería cruzar para ir a comer al McDonalds de la acera de enfrente y, si lo hace, ser atropellado por un trolebús cargado de chulapos y chulapas bailando un chotis. Nosotros tomamos nuestros bocadillos acompañados por una pringosa y celestial ración de oreja en salsa sentados a los pies del Reina Sofía donde después saludamos al monumental Guernika con nuestra conciencia gastronómica en paz.
Y una pregunta para que algún restaurador madrileño me responda ¿Porqué sirven los café expresso con cuchara de postre en lugar de su correspondiente cucharilla de café? Ya sea en una cafetería de la calle Fuencarral, en un desayuno cercano a Sol, en un restaurante del barrio de La Latina o con un café Illy en la terraza del Círculo de Bellas Artes! ¿Coincidencia o misterio digno de Iker Jiménez? Creo que por 3€ de café solo (maravilloso, eso sí), con la Gran Vía y la calle de Alcalá delante, tengo todo el derecho a reclamar mi cucharilla.
En los minutos de descuento tuve la fortuna de pasar por la Travesía del Arenal para darme de morros con un gran letrero de azulejos amarillos que reza: librería de los bibliófilos españoles, libros antiguos, libros modernos. Allí encontré el libro que, tristemente, a partir de 2012 ya no tendrá uso gastronómico en Cataluña. Lástima que las discusiones entre políticos sobre el tamaño de sus respectivas criadillas y turmas nos prive a los golosos de placeres ancestrales.
Las fotos de este artículo pertenecen a los libros que he adquirido en las diversas librerías de viejo que fueron apareciendo en nuestro pasear sin rumbo por las calles de Madrid:
- Bares, tascas y tabernas de Madrid, de Jesús Díez de Palma. Ediciones La Librería, 4ª edición Madrid 2008. Colección La pequeña biblioteca de Madrid.
- Cerveza y cervecerías del antiguo Madrid, de Pilar Corella Suárez. Ediciones La Librería, 2ª edición Madrid 2008. Colección La pequeña biblioteca de Madrid.
- Madrid al fuego, de Igone Marrodán Prados. Sílex Ediciones, Madrid 1999.
- Gloria Bendita, el toro bravo: del ruedo a la cocina, de Ramón Magaña Sánchez. Artes Gráficas Gutemberg, Almería 1998.
Tras este intenso viaje por museos y mesas de la capital, tras tanto arte en lienzos y sabiduría en platos, no puedo resistirme a transcribir las últimas palabras del libro Gloria Bendita de Ramón Magaña.
Ahí queda eso:
"Si notas algún error no condenes al autor,
tómalo como parte y debut
en los avatares literarios.
Sin olvidar que las grandes obras
las sueñan los genios locos
las ejecutan los luchadores natos
las disfrutan los felices cuerdos y
las critican los inútiles crónicos"