martes, marzo 22

Terraza del Sandor, a la salud de Oriol Regás

Hoy tengo que recoger un paquete en correos, La mesa moderna, el recopilatorio de las cartas “sobre el comedor y la cocina” entre el Doctor Thebussem y un Cocinero de Su Majestad, que se publicó en Madrid en 1888. El libro que llega a mis manos es una edición facsímil de 2.000 ejemplares que editó Parsifal Ediciones en 1997. Es fácil encontrar en el mercado actual diferentes ediciones en facsímil, de éste y otros títulos, cuyas ediciones originales son rarezas difíciles de encontrar y costosas de adquirir.

Leo en facebook, gracias a una amiga publicista con sede en Tuset Street, que ha muerto Oriol Regás, toda una institución en la Barcelona nocturna y cultural. Boccacio y su gauche divine me pillan a década y media de distancia. Mientras espero en la cola de la sucursal de correos recibo la llamada de un cliente.

- ¿Nos vemos en una hora?
- Perfecto, ¿dónde?
- En la terraza del Sandor, en Francesc Macià.

Buena propuesta cuando se trata de ver y ser visto. La terraza “Martini” del Sandor es toda una institución barística de la zona alta de Barcelona. Una casual similitud con los locales nocturnos de Regás. Me adelanto a la hora de la cita con la extraña voluntad de tomar algo en su emblemática terraza. Más para ver que para que me vean, aunque si he de ser sincero, no paso desapercibido entre la fauna que ocupa las apretujadísimas mesas con mantel y sillas con cojín, ambas piezas textiles conjuntadas en azul-marino-americana-de-comunión. He salido con prisa y sin compromisos de gala así que, en tan burguesa plaza, luzco unos tejanos que deseaban ir a la lavadora, una primaveral pero gris cazadora con un botón arrancado y otro colgando, gorra inglesa, gafas de miope conductor nocturno y una barba de náufrago con más de un mes de antigüedad.

Me acomodo en la más central de las mesas, delante de la puerta, con la maruja intención de no perderme nada, mi cabeza va de lado a lado, como viendo una final en la pista central del trofeo Conde de Godó. El camarero de chaquetilla blanca nuclear se me acerca con mirada escrutadora, voz solemne y pensamiento de “que hace esto en mi terraza”. No me amedranto y le pregunto por una Martin Miller’s. Su cara intenta recordar qué aristocrático cliente responde a ese nombre y la mía replica rápidamente con una Hendrick’s. Esa sí.

Qué lujazo vespertino, una bandeja para mí sólo! Botella de tónica, cubitera con hielo y pinzas, copa balón, la correspondiente rodaja de fragante pepino, la negra botella de gin y el ticket que, muy discretamente, el camarero desliza bajo el negro cenicero. Yo, muy dignamente, ni siquiera lo toco, es más, lo ignoro con el mentón ligeramente elevado y la mirada perdida al horizonte urbano. Juro que es la primera vez que tomo algo en la terraza del Sandor.

He leído y escuchado historias del legendario local, incluso hace poco aparecía una reseña en La Vanguardia cuestionando su supuesta adaptación a la normativa vigente respecto a la utilización de vía pública. He pasado mil veces por delante, a pie, en bici, en bus, en taxi, en moto y en coche, pero jamás se me hubiera ocurrido sentarme en su terraza y, mucho menos tomarme un gin-tonic! Pero ya puesto, mejor relajarse en una ya anochecida tarde y disfrutar del susurro de sus crónicas burguesas, así, como quien no quiere la cosa.

Como a mí ya me han visto de sobra, ahora toca darme un disfrutón vouyerista. Sentado unas mesas a mi izquierda aparece un jeta que arrancó (y arranca) carcajadas y que creó escuela de personajes frikis, Javier Cárdenas. No, ninguna de sus dos bellas acompañantes era la Prendes, ¿o si?. A mi derecha, dos señoras que a buen seguro son primas hermanas de la condesa de Romanones, no sé si por lo nobiliario pero sí por los estilosos peinados de época y los discretos pedruscos elegantemente conjuntados en índices, anulares, lóbulos y pechera. Más allá, encuentro toda una colección de orondos trajes de temporada, clásicas corbatas, plateadas sienes y calvas ultravioleta. En las mesas colindantes, juntos pero no revueltos, unas bellas señoritas cubiertas con telas y complementos comprados a la vuelta de la esquina, bajo la atenta mirada de Pau Casals.

Al rato, un moderno, bello y maduro señor junto a una moderna, bella y madura señora se paran a saludar a otro hombre sentado frente a mi. ¿De qué me suena el moderno, bello y maduro señor? Presentador, conseller, crítico de algo, ex-futbolista, tertuliano… Hostias! Agustín Elbaile, mi disco duro de la época de publicitario no está tan oxidado. El no se acuerda de mi, yo sí de él, al fin y al cabo le entregamos un premio en una de nuestras fiestas estudiantiles de agencias publicitarias… qué tiempos aquellos…  

Y claro, de casta le viene al galgo y en esta terraza no faltan los cachorros con pedigrí. Ellas lujuriosamente divinas, ellos divinamente desaliñados. Ellos a lomos de una scooter tuneada y personalizada, ellas con cascos de mucha marca y poca protección (para la cabeza, que no para su alisado L’Oreal).

Llega mi cliente. Se excusa por su retraso aún siendo extremadamente puntual. Deduzco que es porque no le cuadra que mi gin-tonic esté ya a la mitad. Se pide uno y el camarero le ofrece Hendrick’s, Seagram’s, Tanqueray, Bombay o Sapphire. Lección aprendida, buen camarero. Yo no he entonado ningún cántico de hooligan inglés y mi acompañante viene elegante, vive en el barrio, charlamos de puros, de cocina y de libros antiguos. Al camarero se le nota ahora más tranquilo.

¿Has visto a José Luís Núñez? no! ¿dónde? en la mesa de ahí. Cáspita! (no me sale ser grosero en estos parajes), me lo perdí por explicar la historia de los puros Cuaba que compramos de contrabando a unas esculturales mulatas del Tropicana y que fumé con mi amigo Natxo en el aeropuerto José Martí, allá en el 98...

Ahora salen, de pasar la tarde en las mesas interiores del Sandor, unos abrigos de telas voluptuosas y jerséis de cuello vuelto, de esos que no dejan pelotillas jamás de los jamases, llevan cara de té y galletitas. Tras ellas, desfilan unos bigotes rasurados y canos, pajarita uno y bastón de pomo anacarado otro, su blancas sonrisas exhalan Dartigalongue. Intento que la conversación sea amena y fluida con mi cliente pero mis cervicales empiezan a resentirse con tantas idas y venidas, con tanta gente bella desfilando, con tanto perfume de habano y Chanel, con tanta laca y gomina, con tanta perra (bulldog inglés color canela que acaba de cruzar por delante y que es mi perdición) de inmaculado pedigrí.

Y hablando de pelajes, me cuentan sotto voce que en las mañanas de hace no tantos años, desayunaban elegantes y traviesas señoritas que, según la posición del cruasán en su correspondiente platillo, comunicaban discretamente su predisposición a un desayuno más contundente y libertino. Muy apropiado y creativo lo de la cornamenta del cruasán mirando a Cuenca. Miro de reojo la artística composición de mi Thebussem junto al servilletero Martini, por aquello del mensaje subliminal, y por un momento fantaseo con la posibilidad de que dicha señal provoque a alguna marquesa, encaprichada de mi vagabundo aspecto, a lucir a escondidas su última adquisición de Dita Von Teese, comprada por Internet y abonada con la Amex de su ejecutivo esposo.

Parafraseando a Leopoldo Pomés: "qué bien se está aquí sin hacer nada. Esta terraza es una delicia, está llena de gente guapa". Y sí, la Hendrick’s con pepino está riquísima pero la pomada de Xoriguer también, o más! Es hora de pagar. Descubro dos papelitos bajo el negro cenicero. Hábil, muy hábil este camarero, no me percaté del segundo ticket. Maldito gin-tonic vespertino y en ayunas. Como no me gusta esperar a la hora de pagar, me levanto y voy adentro. El camarero se me acerca a paso ligero y me cobra a pie de barra, me percato de mi rebeldía y le dejo una buena propina. Me despido del cliente, guardo a mi Thebussem en el cofre de mi scooter “carrocería y decoración de fábrica”, cambio la gorra inglesa por un rayadísimo casco integral y conduzco Diagonal “abajo”, dirección Sagrada Familia.

Oriol Regàs empieza sus memorias, Los años divinos (Ediciones Destino, 2010), con esta cita del Decameron de Giovanni Boccaccio: "Mejor es hacer algo y arrepentirse que arrepentirse de no haberlo hecho". Yo no me arrepiento en absoluto de mi banal aventura de esta tarde, de lo que sí estoy seguro es que me hubiera arrepentido de no haberlo hecho.

Aún así, a lomos de mi vieja scooter, voy recordando otras terrazas y barras con cierta melancolía. Sin dudarlo ni un segundo, me quedo con los cafés de viejas tertulias intelectualoides, con las bodegas de barrio, con las terrazas de vermut cerca de un parque o a pie de la Catedral, con los chiringuitos de playa (que no de guiris), con los apretujones en La Latina o en Lo Viejo de Donosti, con las ahumadas tabernas de montaña, con las barras de currantes en los mercados, con las tascas de mesas marmóreas y veterano dominó, con los taburetes incómodos del Gótico, con las fondas de desayuno y tenedor, con las masías de huevos frescos y embutidos de matanza, con el shawarma de la calle Escudellers, con el bocata de calamares en Atocha, con las mesas macizas y pringosas de sidra, con los vinos y platillos de Miguel en el antiguo barrio judío.

Ya en casa, consulto mi librería en busca de un par de ejemplares que hablen de cafés y bares con historia. Para mi sorpresa, encuentro el doble:

- Cafetines con pedrigrí, de Anselmo J. García Curado. Editado por Zendrera Zariquiey en 1ª edición junio 1999. Un paseo por más de 50 cafés de Europa y América Latina. De la contraportada: según el escritor Joan Barril: "El café es la certificación notarial de que los próximos cinco minutos van a valer la pena"

- La ciutat dels cafès. Barcelona 1750-1880, de Paco Villar. Editado por La Campana y el Ajuntament de Barcelona en 1ª edición diciembre 2008.  De la contraportada: un viaje apasionante por una época en la que la vida pública, y también la sumergida, transcurría en los cafés y en los primeros restaurantes.

- Cerveza y cervecerías del antiguo Madrid, de Pilar Corella Suárez. Ediciones La Librería en 2ª edición de 2008. Pequeña historia de la cerveza, su producción, venta y consumo en los lugares de mayor tradición. Las fábricas más famosas de la época y su historia.

- Bares, tascas y tabernas de Madrid, de Jesús Díez de Palma. Ediciones La Librería en 4ª edición de 2008. Cómico y satírico diccionario "imprescindible para hacer la visita de cuantos bares, tascas y tabernas se hallan en la Villa y Corte de Madrid, [...] indispensable para el viaxero, así como para el buen entendimiento entre las personas de buena voluntad".

6 comentarios:

  1. Amigo Pantxeta:
    He entrado un momento en tu blog, buscando una referencia de El Caracol Picante, y me he topado con lo de Oriol Regás, a quién conocí en Masnou. Su familia veraneaba allí y él, en aquella época -si no recuerdo mal- era el rey de la Bultaco. Teníamos el Restaurante Thebussem, Oriol era cliente y yo le atendía.
    Hablas de la terraza del Sandor y, también por aquellas fechas, trabajaba en el Finisterre, que era un primera clase en aquella época.
    Total, que se me ha caído la baba leyendo tu comentario y recordando tiempos pasados.
    Pero lo que me ha sorprendido es lo bien que te manejas con la descripción de ambientes y personajes. Pienso que, además de coleccionarlos, deberías escribir libros.
    Un saludo,
    Sebastián Damunt

    ResponderEliminar
  2. La descripción me ha encantado. En estos lugares, también me gusta dar libertad a mi componente voyeur... però una cosa es disfrutarlo y otra es saber relatarlo magistralmente como tu has hecho... Me está entrando una enorme tentación de ir ahora mismo a tomar algo allá... pero no lo tengo cerca...:(.

    ResponderEliminar
  3. Si lo que estas buscando son Animales de cine tenemos una serie grande adiestrado de ellos.

    ResponderEliminar
  4. Fantástico, me han entrado unas ganas horríbles de tomarme un martini (o similar) mientras marujeo en este lugar...

    Salu2

    ResponderEliminar
  5. Totalmente de acuerdo con las palabras de S. Damunt, en lo referente a que deberías plantearte escribir "en serio" (no digo que tus artículos sean "en broma", líbreme Ramtha). Lo único malo ha sido la elección de la bebida: a mi el gin tonic me sabe a frenadol y al pepino sólo le encuentro virtudes erótico/festivas. Con un Gimlet hubieras hecho las delicias de Boris Izaguirre :-)

    ResponderEliminar
  6. @Sebastián,
    Cierto, el Finisterre estaba a la vuelta de la esquina, en plena Diagonal. De hecho F.Adrià trabajó allí antes de irse a la mili.
    Oriol Regàs era un aventurero, corrió con Bultaco y Guzzi, además de cruzar Africa con otros 4 pilotos a lomos de Impalas 175!!!
    Yo, de momento, seguiré coleccionando libros y tecleando como alma libre por estos parajes.
    Gracias por leer y comentarnos! Un abrazo.

    @Ricard, merece la pena acercarse una tarde y disfrutar como bon vivant y bon voyeur!

    @MariaJose, buena referencia el "zoo" que nos presentas, aunque en el Sandor van todos a dos patas, no se yo si de madrugada sale alguno a cuatro...

    @Juanito, marujeo garantizado.

    @eSedidió, cierto, un cocktail hubiera sido más apropiado, al menos más glamouroso. El día que te atrevas a aterrizar por bcn te enseñaré la foto que casualmente tengo con Boris en el mismo viaje a Cuba que cito...

    ResponderEliminar